10/10/2006

SEGUNDA PROSA (SANGRE VETUSTA EN MI)
Caminó ella, bien vestida, como los días iguales de la rutina de siempre pero con otro aire inflándole los pulmones del corazón. Días de invierno con singular belleza melancólica eran escenarios de los pasos que daba hacia su trabajo en un lugar del pueblo que no vale la pena mencionar. Cantaba en su mente un tango amargo que le recordaba a un tipo al cual amó y después odió y después volvió a amar. Ella, tenia la mirada perdida en un liquido brillante que le hacia destacar muy hermosamente la tristeza que cargaba, los arcángeles narcotizados que vagaban por la biblioteca municipal, la seguían y le dedicaban canciones de amor, porqué a pesar de ir bien vestida, ella no miraba la calle ni la vida mañana, las conocía demasiado. El semáforo de Matta con Ohiggins, en verde oscuro yacía, ocho personas pensaban que paso dar después del primero. Una carreta con arena y con caballos blancos y transpirados que trabajaban como burros, atravesaba el horizonte del asfalto. La plaza de armas con tres palomas más que ayer y un hombre pobre de ojos celestes compartiendo su desayuno con un perro un poco más flaco. En la ex pileta del centro de la tierra de la plaza, una niña disfrazada de león, jugaba con su padre, un punk de cabello amarillo pato. Una pareja de estudiantes del liceo Santa Maria se besaba y se abrazaba, cual si mañana fuera el final de está novela que se llama Quilicura, ella con su formal tenida los observó y se tragó catorce ideas con sabor a nostalgia. Un par de ancianas se detuvieron sobre una banquita de madera y tomaron aire y esperanza de regresar al día más feliz de sus extensas vidas pasadas. Ella muy bien vestida para la ocasión, se tomó las angustias de su existencia, disueltas en un vasito de jugo de mote, la señora del carrito se llamaba Maria y era casada con el finado que estaba en la segunda corrida de tumbas del cerro, y usaba un delantal de doctora. En el SAPU, ella, con su impecable vestuario, se detuvo trece segundos a contemplar la ambulancia por dentro, aprovechando el momento en que su chofer le limpiaba el piso. Una jovencita embarazada se fumaba un cigarrito de pena con la compañera de curso. Un paramédico leía en un diario mural unos poemas de un tipo llamado Pavlo (o algo así), ella lo miró de reojo.

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