10/12/2013



Las personas hablan, las gentes se llenan la boca. La imprudencia es un vicio y a la vez un virus. A veces, los sujetos dicen. Algunos tipos usan palabras que conectadas unas con otras, artículos indeterminados y predicados, construyen realidades. O más bien, una ilusión tan convincente que incluso puede llamarse teoría, y desvalida incluso al que padece en carne propia de lo que inútilmente pretenden estos esperpentos intelectuales explicar con artilugios dialecticos.
Los supuestos viajan de boca en boca como un sida o una enfermedad, que en reiteradas ocasiones se torna purulenta. Se escriben ensayos y libros a propósito de otros ensayos y libros de teorías avaladas en vetustos pensamientos Europeos obsoletos. Los más atrevidos cuestionan “lo real” desde sus cómodos asientos en una biblioteca concientizada por un millonario de algún partido político, mientras se les infla la papada de orgullo mirando un diploma colgado en la pared. Ellos hacen de la universidad otro simple edificio donde abstraerse de la calle y opinar respecto a ella.
Individuos que manifiestan estas prácticas, suelen usar a destajo la palabra c o no ci-miento, sobre todo cuando se enfrentan a un ignaro desposeído excluido por el sistema clasista de educación. Esta forma de chusma es la peor, es la que se encarga de sostener el statu quo de la decadencia de algunos por el bien de unos pocos…

CUECA CTM (777 QEPD)



De Santiago, principalmente extraño los bares.
Los hay para todos los gustos como un sinfín de manjares,
sus personalidades varían, se adaptan y se maquillan
cuando quieren encantar a alguien determinado,
cual chiquillas.
Por eso a veces son más humanos que los humanos,
y enseñan cosas como viejos experimentados,
que han escuchado mil historias
que tienen rayados hasta los baños.
Bordeando el poniente hay algunos de ellos más cercanos al campo
y tienen olor a pipeño y  a chicha, a chorrillana y a chancho
y las mujeres lucen rechonchas piernas colgando
de caderas de fuego ancho como de diablos.
Son morenas con mini faldas negras y tacos,
se cantan cuecas choras y los cocodrilos andan merodeando.
En el centro es como si todo estuviera mezclado,
colores y formas y hasta uno que otro iluminado,
está Brazil con sus cafés que en la noche son tragos largos,
muchachas vestidas como vampiro que en la plaza terminan chupando.
En Mapocho hay piscola y teatro, La Tetera, El Xenón,
El Salamandra, El Flamingo Show y el Grado Cuatro.
Colombia, Perú y Ecuador se suman al cuadro
y las negras de donde más quema el sol
hacen que den más ganas de seguir celebrando.
Hacía el oriente en Providencia, Bellavista y Suecia
albergan toda la maldita bohemia,
se ven estrellas de rock y de cine, de la calle y de telenovelas,
por el parque Bustamante se ven todas las estrellas,
y los happy hours y los after hours vuelan con alas de mosca
sobre el Mapocho y su rivera.
Ahí  uno come ese filete oloroso que baja de los cerros de La Dehesa
y se siente como un araucano pisando huincas
sobre la hija rubiecita de la jefa.
Vacilando con futbolistas y otros pinganillas chuchetas
que venden bolsas de cinco más patiaos
que las piedras de los ochenta.
Algunos de mis favoritos descansan en paz,
se murieron de pena cuando supieron que me fui a Venezuela,
pensaron al igual que yo que jamás regresaría a mi vieja escuela.
Guardo luto aún por el 777,
 fue impactante ver su cara destruida en la acera,
convertida en polvo de ese virulento,
 que sirve de abono para multitiendas hebreas.
Y “La Cueva” convertida en una bodega
de ropa usada que pasan por nueva:
hay un montón de chaquetas colgadas

justo donde agarré a besos a una flaca punketa.