10/12/2013

CUECA CTM (777 QEPD)



De Santiago, principalmente extraño los bares.
Los hay para todos los gustos como un sinfín de manjares,
sus personalidades varían, se adaptan y se maquillan
cuando quieren encantar a alguien determinado,
cual chiquillas.
Por eso a veces son más humanos que los humanos,
y enseñan cosas como viejos experimentados,
que han escuchado mil historias
que tienen rayados hasta los baños.
Bordeando el poniente hay algunos de ellos más cercanos al campo
y tienen olor a pipeño y  a chicha, a chorrillana y a chancho
y las mujeres lucen rechonchas piernas colgando
de caderas de fuego ancho como de diablos.
Son morenas con mini faldas negras y tacos,
se cantan cuecas choras y los cocodrilos andan merodeando.
En el centro es como si todo estuviera mezclado,
colores y formas y hasta uno que otro iluminado,
está Brazil con sus cafés que en la noche son tragos largos,
muchachas vestidas como vampiro que en la plaza terminan chupando.
En Mapocho hay piscola y teatro, La Tetera, El Xenón,
El Salamandra, El Flamingo Show y el Grado Cuatro.
Colombia, Perú y Ecuador se suman al cuadro
y las negras de donde más quema el sol
hacen que den más ganas de seguir celebrando.
Hacía el oriente en Providencia, Bellavista y Suecia
albergan toda la maldita bohemia,
se ven estrellas de rock y de cine, de la calle y de telenovelas,
por el parque Bustamante se ven todas las estrellas,
y los happy hours y los after hours vuelan con alas de mosca
sobre el Mapocho y su rivera.
Ahí  uno come ese filete oloroso que baja de los cerros de La Dehesa
y se siente como un araucano pisando huincas
sobre la hija rubiecita de la jefa.
Vacilando con futbolistas y otros pinganillas chuchetas
que venden bolsas de cinco más patiaos
que las piedras de los ochenta.
Algunos de mis favoritos descansan en paz,
se murieron de pena cuando supieron que me fui a Venezuela,
pensaron al igual que yo que jamás regresaría a mi vieja escuela.
Guardo luto aún por el 777,
 fue impactante ver su cara destruida en la acera,
convertida en polvo de ese virulento,
 que sirve de abono para multitiendas hebreas.
Y “La Cueva” convertida en una bodega
de ropa usada que pasan por nueva:
hay un montón de chaquetas colgadas

justo donde agarré a besos a una flaca punketa.  

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