De Santiago, principalmente extraño
los bares.
Los hay para todos los gustos como
un sinfín de manjares,
sus personalidades varían, se
adaptan y se maquillan
cuando quieren encantar a alguien
determinado,
cual chiquillas.
Por eso a veces son más humanos que
los humanos,
y enseñan cosas como viejos
experimentados,
que han escuchado mil historias
que tienen rayados hasta los baños.
Bordeando el poniente hay algunos
de ellos más cercanos al campo
y tienen olor a pipeño y a chicha, a chorrillana y a chancho
y las mujeres lucen rechonchas
piernas colgando
de caderas de fuego ancho como de
diablos.
Son morenas con mini faldas negras
y tacos,
se cantan cuecas choras y los
cocodrilos andan merodeando.
En el centro es como si todo
estuviera mezclado,
colores y formas y hasta uno que
otro iluminado,
está Brazil con sus cafés que en la
noche son tragos largos,
muchachas vestidas como vampiro que
en la plaza terminan chupando.
En Mapocho hay piscola y teatro, La
Tetera, El Xenón,
El Salamandra, El Flamingo Show y
el Grado Cuatro.
Colombia, Perú y Ecuador se suman
al cuadro
y las negras de donde más quema el
sol
hacen que den más ganas de seguir
celebrando.
Hacía el oriente en Providencia,
Bellavista y Suecia
albergan toda la maldita bohemia,
se ven estrellas de rock y de cine,
de la calle y de telenovelas,
por el parque Bustamante se ven
todas las estrellas,
y los happy hours y los after hours
vuelan con alas de mosca
sobre el Mapocho y su rivera.
Ahí uno come ese filete oloroso que baja de los
cerros de La Dehesa
y se siente como un araucano
pisando huincas
sobre la hija rubiecita de la jefa.
Vacilando con futbolistas y otros
pinganillas chuchetas
que venden bolsas de cinco más
patiaos
que las piedras de los ochenta.
Algunos de mis favoritos descansan
en paz,
se murieron de pena cuando supieron
que me fui a Venezuela,
pensaron al igual que yo que jamás
regresaría a mi vieja escuela.
Guardo luto aún por el 777,
fue impactante ver su cara destruida en la
acera,
convertida en polvo de ese
virulento,
que sirve de abono para multitiendas hebreas.
Y “La Cueva” convertida en una
bodega
de ropa usada que pasan por nueva:
hay un montón de chaquetas colgadas
justo donde agarré a besos a una
flaca punketa.
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