3/17/2009


8)

¿Qué amada, la disímil
estrella, ha podido siempre, sin el fajo
bajo la tercera pluma, caerse al sempiterno
con la boca abierta
como las piernas (columnas de mármol
de cualquier color)?

Supiera Eva la maligna cepa
de aquella vid que se escapa calma.
Quizá estuviese en el fondo de mi pecho
y yo

m-
amándola,
como sorben los días cada poco de vida
que muero sin sus flores
en el tejado de vidrio de mi tumba vacía.
A VUESTRA ENVIDIA

Cuanto ha seducido la fruta podrida
en la boca de la cavilosa oveja del vacío
de la conca, y la chusma me llena de baba de envidia
pregonando la desesperación de mi señal muda,
mi lenguaje desconocido, cual si fuese un producto
que de extraño poseyese a priori
en su desconocimiento la inopia de la locura siniestra.
No obstante me refiero a ellas como vacas profanas.
Ya elimine a todos los animales bizcos que con mi navaja tropezaron:
aquella cobra deslucida que hundió su colmillo en mi cuello en la mañana,
protege hoy mi espalda erguida ; yo creo.
Con furia digna de guerreros mi palabra desemboca
en la extensión mustia de la ignorancia de los risueños y los pobres
esclavos de las monedas y el ojo desviado del profundo color.
A veces considero lo etéreo de aquellas sensaciones
parecidas a peos de la boca platelminta, y me retuerzo,
convulsa afición que en ocasiones me acaece.
Es difícil explotar cuánticamente en el infinito
del azabache de la mirada alzada.
Hay muchas bocas: muchos hocicos: hay muchos
picos flácidos y ramplones, escupiendo
su prejuicio infértil,
su bazofia pusilánime de la risa fingida por el ojo cerrado en el centro
del centro del puro livor de no ser
(como somos nosotros) únicos y dementes y muchas más veces felices…