Me llenaron de sangre en el ojo
enemigos que no valían la gloria;
rumiante de rabias me criaron unos
lobos desclasados
en las ruinas de la antigua Roma
escrita al revés
y me heredaron nobleza y lucha: ética sobre una moral ya
destruida.
La historia es pequeña pero extenso
fue su descalabro,
como un efecto mariposa hecho por
el aleteo
de un zángano solitario en medio de
una zona rural
llena de viejas de mierda envidiosas
acostumbradas a perder
y a comentar sus fantasías
sublimadas en la desvalidación de
los demás.
La primera: llevaba en sus cortos
años un vestido demasiado largo,
utilizo su guitarra para expiar sus
dedos perfumados
de clítoris salvaje y onanista
cantándole a dios y a nadie más (su
dios no era nada
más ni nada menos que el bien
reflejado en el dinero,
si tenía barba y ojos azules
era mera responsabilidad de los
banqueros del vaticano,
antiguos mercaderes fariseos)
, estaba tan llena de culpa que le
era inevitable proyectarla
exageradamente en los demás
y así pasaba sus días dándole
gracias a algo que no existe
en vez de agradecerle a los
verdaderos responsables de su buen vivir
y sus destellos de alegría.
Mas no era su pecado ser el vástago del terrateniente
más ladrón y sanguinario del lugar.
Sigo cuestionándome su grandiosa estupidez,
pues hay que ser psicópata o idiota
para predicar el bien y hacer daño,
y a la susodicha no le importaba en
lo más mínimo destruir a los demás
aprovechándose de su posición
social y sus estudios de ingeniería
en pos de su estatus rígido e
irreflexivo.
La segunda era sólo despreciable
y no puedo creer que una mujer
pueda ser así de asquerosa
(pues hasta la más descabellada de
las arpías
posee en su esencia femenina una
cuota de seducción y gracia
que de alguna forma puede salvarla
del horrible mundo que el hombre ha
creado al rededor)
por lo tanto no es irresponsable
decir que era un diablo masculino,
un macho cabrío, un demonio de
espalda ancha y caderas reducidas,
de pecho plano y peludo y abdomen
voluminoso,
de piernas delgadas y glúteos
invisibles,
y lo suficientemente fálica para
añorar de manera enferma
todas esas cosas que ostentan los
hombres con pene diminuto:
posiciones de poder, grandes
camionetas, joyas y lujos
que no tienen más sentido que
demostrarle algo imaginario a los demás.
Debe, ciertamente, haberse debido a
su crianza castrense,
llena de carencias, frustraciones e
imposiciones
que jamás la dejaron decir la
última palabra,
era un macho sumamente vengativo.
La tercera: era similar a la
segunda pero sabía
que algo podía obtener de la
belleza de la hembra
que en ella se exhibía,
mas no podía desprenderse de su
pene rudimentario
y a pesar de ser agraciada,
rubicunda y despampánate,
brillaba menos que la neblina de un
día históricamente triste.
Se embarazó de un potentado en
busca de su potencia
y este la abandonó y se fue con
otra, más mujer,
y la dejó llena de odio para con
los mismos en los que buscaba
la redención de su clase. Su
paradoja
era tan extrema que el ceño fruncido
se le tatuó en el rostro
y repelía a los varones hasta el
punto de cambiar la amargura
por más dolores y jamás sonreír,
era un extraño ser dotado de
hermosura para admirar desde lejos,
algo así como un caimán de
alcantarilla
o una anguila eléctrica atrapada en
un pequeño acuario,
“una mina para follarsela y ni
siquiera preguntarle el nombre”.
La cuarta era una puta.
Perdón!
Las putas son demasiado excelsas y
maravillosas
y cobran el dinero justo y el momento es el
momento,
ella era solamente ella: la cuarta
y la última.
Una filosofa Hindú (y cuestionar el
machismo
de su reflexión para mi relato
carece de sentido)
dijo que las mujeres no debían
entregarse así como así
a demasiados hombres,
pues en su calidad de receptoras
acumulaban
demasiados bríos diferentes a
través del néctar de la creación
y tantas energías diversas
acumuladas en una mente
sólo podían llevarla al caos, al
desequilibrio y a la esquizofrenia.
Esta señora era todos los días
alguien diferente
y esa condición la convertía en un
ser en el que era imposible confiar.
A ella no le guardo ningún rencor
pero sé que lo peor es sentir pena
por alguien.
A mi me cuesta escupir en el suelo,
suelo
tragarme los pollos por no molestar
al resto,
pero a veces es necesario derramar estos gargajos
verdes
en vista de que la justicia se
demora demasiado
y la lengua de las salamandras es muy larga.