8/10/2013

Me llenaron de sangre en el ojo
 enemigos que no valían la gloria;
rumiante de rabias me criaron unos lobos desclasados
en las ruinas de la antigua Roma escrita al revés
y me heredaron  nobleza y lucha: ética sobre una moral ya destruida.
La historia es pequeña pero extenso fue su descalabro,
como un efecto mariposa hecho por el aleteo
de un zángano solitario en medio de una zona rural
llena de viejas de mierda envidiosas acostumbradas a perder
 y a comentar sus fantasías
sublimadas en la desvalidación de los demás.
La primera: llevaba en sus cortos años un vestido demasiado largo,
utilizo su guitarra para expiar sus dedos perfumados
de clítoris salvaje y onanista
cantándole a dios y a nadie más (su dios no era nada
más ni nada menos que el bien reflejado en el dinero,
si tenía barba y ojos azules
era mera responsabilidad de los banqueros del vaticano,
antiguos mercaderes fariseos)
, estaba tan llena de culpa que le era inevitable proyectarla
exageradamente en los demás
y así pasaba sus días dándole gracias a algo que no existe
en vez de agradecerle a los verdaderos responsables de su buen vivir
y sus destellos de alegría.
Mas no era su  pecado ser el vástago del terrateniente
más ladrón y sanguinario del lugar.
Sigo cuestionándome su grandiosa estupidez,
pues hay que ser psicópata o idiota para predicar el bien y hacer daño,
y a la susodicha no le importaba en lo más mínimo destruir a los demás
aprovechándose de su posición social y sus estudios de ingeniería
en pos de su estatus rígido e irreflexivo.
La segunda era sólo despreciable
y no puedo creer que una mujer pueda ser así de asquerosa
(pues hasta la más descabellada de las arpías
posee en su esencia femenina una cuota de seducción y gracia
que de alguna forma puede salvarla
del horrible mundo que el hombre ha creado al rededor)
por lo tanto no es irresponsable decir que era un diablo masculino,
un macho cabrío, un demonio de espalda ancha y caderas reducidas,
de pecho plano y peludo y abdomen voluminoso,
de piernas delgadas y glúteos invisibles,
y lo suficientemente fálica para añorar de manera enferma
todas esas cosas que ostentan los hombres con pene diminuto:
posiciones de poder, grandes camionetas, joyas y lujos
que no tienen más sentido que demostrarle algo imaginario a los demás.
Debe, ciertamente, haberse debido a su crianza castrense,
llena de carencias, frustraciones e imposiciones
que jamás la dejaron decir la última palabra,
era un macho sumamente  vengativo.
La tercera: era similar a la segunda pero sabía
que algo podía obtener de la belleza de la hembra
que en ella se exhibía,
mas no podía desprenderse de su pene rudimentario
y a pesar de ser agraciada, rubicunda y despampánate,
brillaba menos que la neblina de un día históricamente triste.
Se embarazó de un potentado en busca de su potencia
y este la abandonó y se fue con otra, más mujer,
y la dejó llena de odio para con los mismos en los que buscaba
la redención de su clase. Su paradoja
era tan extrema que el ceño fruncido se le tatuó en el rostro
y repelía a los varones hasta el punto de cambiar la amargura
por más dolores y jamás sonreír,
era un extraño ser dotado de hermosura para admirar desde lejos,
algo así como un caimán de alcantarilla
o una anguila eléctrica atrapada en un pequeño acuario,
“una mina para follarsela y ni siquiera preguntarle el nombre”.  
La cuarta era una puta.
Perdón!
 Las putas son demasiado excelsas y maravillosas
 y cobran el dinero justo y el momento es el momento,
ella era solamente ella: la cuarta y la última.
Una filosofa Hindú (y cuestionar el machismo
de su reflexión para mi relato carece de sentido)
dijo que las mujeres no debían entregarse así como así
a demasiados hombres,
pues en su calidad de receptoras acumulaban
demasiados bríos diferentes a través del néctar de la creación
y tantas energías diversas acumuladas en una mente
sólo podían llevarla al caos, al desequilibrio y a la esquizofrenia.
Esta señora era todos los días alguien diferente
y esa condición la convertía en un ser en el que era imposible confiar.
A ella no le guardo ningún rencor
pero sé que lo peor es sentir pena por alguien.
A mi me cuesta escupir en el suelo, suelo
tragarme los pollos por no molestar al resto,
 pero a veces es necesario derramar estos gargajos verdes

en vista de que la justicia se demora demasiado 
y la lengua de las salamandras es muy larga.

8/09/2013

E MAIL

Encontraré por ahí tus cartas de amor
en un buzón imaginario al cual accederé con una palabra mágica.
Y no serán amarillas ni olerán a ningún perfume
 y con cada imagen auditiva manufacturada con rayos catódicos
recordaré quién era, antes de abandonar los nidos a patadas:
las metáforas me definirán como ya no soy frente al espejo
y volveré a sonreír cuando me reconozca breves segundos
en ese espacio ya muerto donde solías ser mía
diciéndome siempre conceptos que mejoraban mi melancólico animo.
Si bien demasiado lejos arrojaste tus olores y sabores
y quizá incluso en brazos pequeños me hayas borrado definitivamente,
ni los arrebatos constantes de las olas en las que se menea mi balsa
lograron incendiar las líneas del  afecto que fluía
sobre papeles electrónicos en una red infinita
de correos virtuales que ni dios podrá borrar del internet.