2/24/2009


Estoy triste, solo, todo,
de lo que el ser escapa
furibundo y necio al desprecio
de sí, el bosquejo perfecto del emperador.

Y sufro, como la luna, el sol,
el pájaro volteado por la piedra de la mano,
la tierra manchada por la bencina de las cabezas,
incompletas y rancias, de los abuelos infinitos;
su tradición, su traición, sus gritos, sus dogmas
melancólicos de solución nonata. ¿Y qué genes?

¿Qué música, tropezones y ballestas,
trapos celestes en madrinas de petulantes serán
los amantes del idilio y el infinito?

Quiera cualquier dios que la ciencia
cronológica y calcificada especule los fines exactos
de ecuaciones abstractas,
que el procarionte reviente en la falda de la reina,
que la simpleza de los astros permanezca divinizada

para saber con certidumbre que jamás sabré nada,
que sicarios de espirales siembran
en los abismos de los techos y los puntos
que separan a los puntos de los puntos...
Por que así

tengo
la certeza de que sólo

tú eres
mía.