11/28/2012


La sed de ayer se incrementa mediante caminamos por el desierto de la sociedad. Qué ganas de volver atrás y no haber hecho eso que era lo correcto, se dicen casi todos. Agradezco al error como parte constante de mi aprendizaje. Fuera del rebaño, libre como un sol!

Mis deseos van tan lejos.
Los desconozco cuando aterrizo en ellos,
y me sorprende cada angelical nota que entonan
para dejarme perplejo en sus osadías.

Evidente es ese grosero cambio tan interno que resulta invisible.


Los conflictos siempre son una especie en extinción, que uno protege groseramente en una jaula de oro escondida en la profunda oscuridad de un pozo sin fin en las mareas del aparato psíquico. No tiene explicación tener la solución en las manos y convertirla en agua para aliviar de vez en cuando la sed de morir y dejarla fluir hasta el final de los días. Con la única intención de verla siempre fuera del absurdo rebaño.

11/25/2012

Pequeña Bitácora de un Pequeño Viaje

3ª PARTE: AMOR

20:00 hrs


Se sentaron en la mesa contigua tres personas, dos mujeres y un hombre. La primera impresión me dictó que eran una familia y que eran Franceses: padre madre e hija, galos. La primera impresión no falla. El padre era alto para el cociente latino, específicamente el chileno, que bordea en promedio el metro setenta. Demasiado europeo, estereotipo; lo digo por la vestimenta, polera blanca, jeans arremangado y chalas, y un vestón elegantemente azul. Nadie por estos lares a excepción de algún artista gay bien pagado osaría a tal muestra de originalidad y estilo sin temor a la opinión de la peble que lo rodea burlesca. La madre tenía el cuerpo de una veinteañera. El cabello corto y rojo, unas grandes gafas y una actitud que la convertía inevitablemente en una mujer atractiva para la mirada de cualquiera. La hija… La hija era una joven Francesa ¿Qué más podría decir al respecto? Tenía los ojos verdes, el cuerpo pulido y ese acento. Era hermosa. Si tenía diecisiete años parecía una mujer demasiado completa, llevaba en sus manos un libro que compró seguramente a la entrada de esa alameda, lo sabía por su título “Muchos gatos para un solo Crimen”. Lo debía llevar de regalo para su tierra. Puede que haya tenido la seria intención de traducir la letra (y se llevará una grata sorpresa cuando lo haga). Quizá los franceses dejen de considerarnos “indios”. Quizá Latinoamérica más que un fetiche sea su vida entera.
Curiosamente, mientras escribía en mi rincón habitual del garito, se me acercó un tipo, con dificultad para desplazarse, entre las mesas del bar. Me estiró su mano para saludarme, me dijo “siempre había deseado conocerte, es un honor”. Probablemente debió haberme confundido con otra persona. Pero su gesto fue percibido por todos los comensales y atrajo sobre mi persona demasiadas miradas, para mi gusto. La gente comenzó a hablar sobre mí, era evidente, empezó a elucubrar posibilidades respecto a mi identidad. La gente es propensa a la fama, es dependiente y le brinda importancia desmedida.
Para qué mentir sobre el hecho, fue mágicamente favorable, a mi favor. La francesa hija se sentó en mi mesa. No hablaba bien el castellano, mas sus balbuceos eran muy inteligibles para mí. Se lo atribuí a la raíz latina de común origen de nuestras lenguas. Le atraje por un motivo tan extraño como qué a mí me sucedan estas cosas. Bebió y bebió, se sirvió cerveza de mi botella y yo me reí descolocado. No le entendí mucho lo que dijo, no sé muchas palabras en su idioma. De pronto se abalanzo sobre mí y me besó. Me dijo “Escríbeme un poema”. Sus padres se rieron y ella se retiró con mirada coqueta hasta la mesa de sus padres, posterior a eso se marchó sin siquiera despedirse. 

11/08/2012

Pequeña Bitácora de un Pequeño Viaje


2ª Parte: IRA

19: 20: 

Observo a un par de imbéciles. Sentado, desde mi mesa, llena de botellas vacías.
Sé que soy soez al referirme de esta manera de unos desconocidos. Pero en vista de lo alto que hablan, es inevitable poder hacerse un juicio rápido respecto a sus personalidades, configurando mi categorización como un mero prejuicio, no obstante lleno de algo de razón. Espero dense cuenta de que no es tan arbitraria mi apreciación del acontecimiento.
Cuando uno está en silencio bebiendo en un bar, suele contaminarse con cualquier ruido.
Los susodichos platican sobre “política” (recientemente fueron las elecciones municipales). En realidad uno le plantea al otro la soberanía absoluta de los medios de comunicación de masas. Me da la impresión de qué lo que intenta decirle a su amigo es que su más grande deseo es ser tan bello-simétrico como para poder estar por cualquier motivo burdo en algún espacio de la televisión. En algún programa de esos de “la farándula” tan vistos por la masa maquinal, para en alguna ocasión convertirse en el alcalde de una comuna grande y pobre, así como Pato Laguna y Carla Ochoa.
¿Cómo es posible que hayan cambiado tanto los hombres de la política hasta el punto de convertirse en fantoches? ¿O será tal vez, que los fantoches se convirtieron en hombres de política?
A estas alturas sólo sé que una fuerza superior me empuja inevitablemente hasta la anarquía. No puedo dejar de destrozar a este par de idiotas.
Como buen esclavo de las apariencias, devoto aprendiz en algún momento, de la escuela Cartesiana, les comentaré a grosso modo el aspecto de uno de ellos (del que tanto y a volumen tan alto se expresa):
Es un tipo de “altura media”, con el rostro rojizo, el pelo cortado como un carabinero o un militar becado en la academia de sub-oficiales; con la frente sumamente pequeña y las cejas ni tan delgadas ni tan gruesas. Los ojos diminutos, imperceptibles, tanto que no es posible definir claramente su color, así que es muy menester decir a primera vista que son “claros”. Las orejas rechonchas  como una hamburguesa del macdonals choreada de algo parecido a la sangre: rojas y repulsivas. Demasiado bien afeitado, como esos simios que en su afán infructuoso de evolucionar por lo menos estéticamente, portan a todos lados su rasuradora y se depilan hasta los hombros cada ocho horas. Viste una camisa blanca con cuadrille celeste que abotona hasta el penúltimo botón antes de llegar a su regordete cuello, un pantalón de tela gris de corte recto apretado y unos zapatos horribles que dan la impresión de la ortopedia. Sus movimientos son forzadamente histriónicos. Que sea posible darse cuenta de la falta de naturalidad en ellos, lo encuadran fehacientemente en la categoría indiscutible de una persona completamente desagradable para la interacción social. Cuando camina hacía el baño de bar pareciese que recientemente desmontó un caballo fino, de esos enormes equinos que suelen esclavizar los policías cobardes en medio de las manifestaciones estudiantiles. Camina con las piernas abiertas, arqueadas, como alguien que tiene más testículos (testosterona) que pene o como un homosexual por años reprimido recientemente sodomizado por un africano bien dotado. No obstante, claramente,  no es gay, los gay tienen el mejor de los gustos. Si es un homosexual, es de esos seres terribles que utilizan el mecanismo de defensa psíquico de la proyección para exteriorizar su ansiedad enferma en los demás convirtiéndose en un homofóbico nazi; pero eso da lo mismo. Cuando pasan por la vereda mujeres atractivas, este desgraciado las ahuyenta insultándolas, les dice: “Súper linda tú oe”  “Ay! Mamacita” “Venga pá acá huachita”  y las mujeres escapan raudas y con cara de asco.
Este payaso nefasto, tal y como se los describo, ha estado todo el rato vanagloriándose de haber sido electo “Concejal”.
Su amigo lo escucha o mejor dicho finge que lo hace, pues es evidente que está tan borracho que apenas puede hilar una frase y cada diez minutos llena la mesa con botellas de Heinieken que se evaporan tanto y tan rápido como mi civilidad frente a ellos.
No aguanto más la ansiedad. Los increpo desde mi mesa, insultándolos y pidiéndoles que bajen la voz. No por algún motivo personal ni por envidia ni por capricho ni por ideología (razones más que suficientes) sino qué poniéndome en los penosos zapatos de sus electores en esa comuna, por empatía.
Le tiro mi vaso de cerveza en la cara al asqueroso. El tipo se abalanza desconcertado encima de mí (cada vez que escribo en un bar de mala muerte suelo acariciar mi cortapluma bajo la mesa).
Me paro antes de que llegue hasta mí. Le corto la nariz. Lo empujo hasta que cae sobre el resto de las mesas. Su amigo intenta levantarlo tan impávido y borracho como sorprendido. Me alejo de ahí caminando rápidamente hasta confundirme con el resto de la gente. Enciendo otro cigarrillo. Abordo un taxi en la esquina. La policía jamás ha llegado inmediatamente. Sentado en el asiento trasero del Toyota Yaris mientras contemplo los edificios de la costanera pienso en que mañana mismo voy hasta la iglesia, me confieso y rezo mil avemarías para exculparme de lo hecho y seguir gozando impune de mi maravillosa rebeldía.  

Pequeña Bitácora de un Pequeño Viaje

1ª PARTE: Providencia
Planeé durante unas semanas abandonar mi montaña,
 me fui con la promesa de amarla para siempre.

18:00: dejo al amor en un tren de oro dirigido al Sur de la familia.
A veces, el paso del tiempo que pisa fuerte,
acumula nieve en los tejados
 de la conciencia de vidrio del cuerpo que tiembla.

 Sé qué cuando el rose de los labios indique la huida,
 saldrá de mi mente un alma doméstica corriendo despavorida
igual a los gatos que escapan por el techo de la vida cotidiana.

 La moral no tiene distrito en el lugar que visito.
 ¡Amada mía, esto no tiene nada que ver contigo!
 Suelo disiparme hasta desaparecer
 a ver si por-si-a-caso nazco de nuevo,
 ahora, como quiero,
con los ojos llenos de signo-peso
 y los apéndices duros como viejos arboles que resisten cualquier invierno.

 Concluyo que nada es realmente cierto.

18:10: Corro a los brazos de mi hermano Claudio
 salto los edificios del Santa Lucia y su feria,
 me subo a las torres con lentes oscuros.
 Las luces brillantes que se ven desde el cielo del balcón
son como estrellas de neón angelical
 en un firmamento de concreto sucio pero adorable, por cierto.

 Me limito a inhalar humo negro,
 a tratar de seguir muriendo como me lo merezco.

 Mi hermano me ha enseñado las razones de unas imágenes
 sospechosamente difusas en nuestra genealogía,
 que toda la vida me han llenado de miedo.
 Me exculpa.
 Me deja seguir subiendo.
 Soy un hombre integro, sé que todo lo puedo.
 Sin embargo es un hechizo demasiado corto
 que se evapora dolorosamente
como el étil de mis poros al despertar
con la boca seca y el rostro hinchado como un monstruo.

 Finalizo escribiendo otra oda al terror
y me coloco serio y sigue la tormenta.

 Otro día 10:00 AM:  Tomo desayuno exquisito en familia.
 Matilde crece rápidamente pero parece desconocerme.
 Son los enormes lapsos de tiempo que separan a Santiago de mi existencia.
 Me siento algo triste por ese hecho, mas lo disimulo callado.

Bajo de la torre, a lo inmenso del centro.
 Todos estos recovecos tienen tatuadas mis iniciales.
Rayé todas sus murallas de cemento con mi sangre.

 El calor y los escorpiones morenos
 hacen parecer ese entorno, otrora tan mío,
 un peligroso infierno lleno de diablos que sonríen
desde los escaparates extranjeros.

 No temo:
una sensación paralizante expulsa de mi corazón
cualquier pensamiento de conservación de la materia. 

Paseo por una feria donde se ofrecen los libros,
manuales de psicología Satánica
y técnicas para abortar la herencia judeocristiana del alma enferma. 
Ojeo un librillo de tapa negra y grasosa.

 En el medio de la ciudad está lleno de pacos.
 Decido escapar hasta los lugares bellos…

13:00:  Los bares elegantes donde el artista común se reencuentra
 con el artista reconocido,
 los restoranes exóticos donde el placer del gusto tiene un elevado paradigma,
 las tiendas de arte: los borrachos compran wisky y cocaína.
 Los biógrafos y sus rubias chic vulnerables emocionalmente.
 Los cafés de homosexuales bonitos y musculosos.
 El Emporio la Rosa y los turistas disfrutando
 grandes copas de helado natural de fruta chilena.

 El museo desde donde el flaco robó el Rodin.
 El parque inmenso y lujurioso.
 Los antiguos edificios de cuando los arquitectos eran poetas. 
Los árboles, el pasto. La gente “alternativa”. 
He llegado al barrio Bellavista y me atrapa la melancolía.
 Recorro todos los bares y por ahí bebo una cerveza.

 Observo en derredor y todos pareciesen ser mis amigos.
 Todos tienen intenciones de cuestionarme cualquier cosa
 referente a lo desconocido.
 Enciendo un cigarro y pienso que jamás pienso
 en mi salud. 
Extraño a mi mujer y me siento incompleto.
Reflexiono sobre la dificultad de ser uno mismo.
 Soy un exitoso perdedor
 con una paupérrima tarjeta de crédito
 siempre en el borde del abismo haciendo malabares
 para verme interesante, integrado y sereno.
Oigo pasmado las conversaciones de las mesas vecinas,
 los comensales beodos se expresan de manera elocuentemente escandalosa.
 Es una prédica en el desierto del corazón abandonado.
 Un soliloquio de frustración y pena compartida
 que inevitablemente desaparecerá en el infinito olvido
 o mejor dicho penará eternamente
 en actitudes inconscientes para con sus desgraciados,
igualmente, familiares y amigos.
 Creo que todo podría ser peor para mí.
 Pero inmediatamente me detengo sobre la divagación
 asumiendo que encontrar consuelo en ese hecho
 es idénticamente patético.
Será mejor cambiarme de cantina.

Me estaciono en el “J-Restobar”,
 en su terraza con vista a la calle hermosa. 

A veces, en mi vaso amarillo caen semillas de los grandes sotos
 que me dan la sombra suave que me alivia la nostalgia.

 Este garito es “atendido por su dueño”.
 Un tipo amable: barman y mesero
 algo necesario como un rey y mendigo.

 En el aire se deshace una salsa del grupo Niche.
 En el acto mi remembranza se sube en una nave rumbo a Cali
 ¿Qué será de Ella?
 Ojala esté bien y haya encontrado el “amor verdadero”
 Tal cual como Silvio encontró el Unicornio Azul.
 La existencia para personas como nosotros suele ser siempre ingrata.
 Mas yo soy un hombre en extremo afortunado.
 Siempre le desearé lo mejor y yo no era lo mejor para ella.

19:00:  Sigue la salsa. Me siento un tanto menos tonto,
 más cómodo, más ligero, menos temeroso.
 Hay un desfile constante de hombres y mujeres con atractivos tatuajes.
 Aún no deseo intercambiar alguna palabra con ninguno.

 Pienso en mi próximo paso.
 Debo oler como alguien que abandonó su hogar
 motivado por la decepción y ese no es mi caso.

Las apariencias engañan
pero soy muy consciente de que la mayoría de las veces no es tan así.
Hago un voto de abstracción
deseando ser completamente invisible.

Recuerdo que antes hacía cualquier cosa por la refulgencia estética,
por el brillo poético y la conquista inmediata.
 Lo sabroso de la aventura era lo incierto:
 el fracaso seguido del éxito en una línea de tiempo
que pululaba muy lejos de mis deseos actuales.

Me hago viejo y derrocho el tiempo.
La palabra derroche no debería tener a priori una interpretación negativa,
 salvo se malgaste el día en la cama mirando el techo,
 abusando de la imaginación asesina.

 Es sano de cuando en vez desaparecer.
Es parecido a una tregua entre la sobrevivencia y el fin de la paciencia.

Me imagino a los padres de los otros.
 A todos los que jamás se verán por aquí alrededor. 

Las tormentas comienzan a adquirir algo de sentido.

Wittgenstein planteaba que en la locura estaba muy arraigada la verdad:
 esa verdad que tanta paz le ofrece al hombre contemporáneo e individualista.
 Él no lo dijo precisamente con estas palabras,
 esto es lo que yo entendí respecto a su disertación.
 Espero no equivocarme
 (pues la locura es algo demasiado sublime
 como para hacer interpretaciones antojadizas).

Todo lo que me rodea es particularmente hermoso
 y yo sólo me dedico a describirlo.
 Podríamos decir que así se escribe la historia del hombre. 
Que así escribieron la historia de la humanidad.
 Empero quien igualmente llegará a estas conclusiones
 está muy lejos,
 me resulta lamentable que no esté a mi lado en este momento.
 Es algo difícil de explicar con conceptos.
Se nos va la vida en explicaciones que jamás serán íntegramente aceptadas.

 La soledad es una premisa tan evidente 
como el único espermatozoide que cruzó la frontera de la madre-vida.
 La comunidad, la sociedad y la cultura
 son una mentira, son una mentira
 cómoda ciertamente, y todo depende de la capacidad creativa del que la diga.

 Nietszche decía que “los más grandes mentirosos son los poetas”
 ¿Por qué no entonces llenamos de poetas las alcaldías?
 ¿Por qué no llenamos de poesía nuestras achacosas vidas?

 Las respuestas son demasiado obvias:
 a muy pocos le interesan los mapas de Arthur Rimbaud.
 La felicidad está profundamente tergiversada
como para intentar descifrarla.
 Los valores están completamente invertidos
 y no será precisamente Dios quien modifique este estado de las cosas.