10/12/2006

PRIMERA PROSA (EL AMOR QUIERE REGRESAR)

Debo digerir esta canción de tu nombre princesita, con un mal ron, con algo que me aborte de manera sangrienta y brutal del útero del corazón los fragmentos mutilados del embrión que se consumó, al cruzarse tu atisbo tierno con mi distorsionada mirada lasciva, pero lejana. Te supe querubín, astros azabaches eran esas pupilas sol, que sólo sonreían a mi vista macabra que se volvió dócil como un vetusto can hambriento. Llegué, querida, con temor de novato, me aterré con tanta beldad acumulada en doce pasos y un metro al filo de un dulce abrazo, eso nada más, nada más que un dulce abrazo… Las carnes paganas que fuego inician y que son mi luna en pelotas de matices lozanos. Desaparecieron. ¡Si, ángeles míos!!! Desaparecieron. Cómo si tú fueras la que salva el esperpento del destino mío, cómo si tú fueses amable Dios y yo tu fiel y estupido ortodoxo, así me lapidaste, acribillaste los mil años de soledad y gambox de mono, así tú, y tan simplemente con preguntas, y que yo no paro, no paro jamás de hablar. Cómo si supieras callarme de un certero golpe de seda rosada en el área de Broca, cómo si pudieses con sólo inclinar veinte grados el rostro y seguir penetrándome los ojos cansados, estrujarme el universo zurdo y sedarme la superficie de la razón, hasta dejarme un limbico embrujo gemelo del amor más puro que sentí cuando mozuelo. Y es que verte tan cerca y saber qué esa era la música que soñé cuando hablaste, eso fue castigo amada mía, esa fue vil crueldad de alimañas santas que pretenden con cánones orientar las posiciones y la decisiones de los humanos… mas tú querida, tú…. Tampoco eras oveja. Ni la más tierna criatura que creara cierto Cristo de fabula, seria tan sublime como el albo paisaje extraordinario, de tu piel en contraste con las mareas verde-eterno de aquella montaña tras la cabaña en la que nos conocimos en Peyehue. Por eso mi niña pequeña, por eso no me incumbe tú inexperto reloj mentiroso, por saber que eres quizás el pilar infante de un hogar en Renca, por imaginarte pisando mis huellas en el liceo que me vio egresar, por haberte conocido incluso antes y jugando con una sucia muñeca de plástico quemado, por eso, porqué nos sabíamos de buena tinta o tal vez sólo yo te conocí, por eso no me interesaría que me dijeras ficciones, por eso te amaría aunque la presión nos reviente como a un globo de deseos de escapar a ese mundo tuyo, por eso hoy en mi instinto viajas como la niña tan tierna, la complaciente niña de todos los años, aunque dieciséis tengan tus manos y aunque este poeta de veintitrés sea el más veterano callejero del siglo.

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