4/29/2008



Ni presumir. El presuntuoso recoge los hierros de la pequeña ergástula del futuro que siempre es presente.
Ni seguir caminando. Serpientes abiertas bajo panteones metafísicos abortan sus espasmos forzadas por celestes ofrendas que no se consuman en el amanecer siguiente al siguiente amanecer.
Ni regalar flores. ¡Te empujaré en ese arroyo, hasta que te ahogues en la bilis siempre dorada de la modernidad sucesiva!.
Ni cenar los domingos. Cada tabla del piso es un hermano aplastado por el paso atrás.
Ni agradecer la seguridad. Llena de muertos la cancha, cual si una gran guerra de espíritus dejase en el aire la bala perdida que encuentran vuestros hijos con las tripas vueltas al sol errabundo de la población.
Ni chupar. Las palabras pareciesen del cigarro ser las madres, y su humo y su vapor que suele ser tan amplio que se esparce por el campo como una quimera invisible que ilumina de vez en cuando.
Ni gritar. Magnánimo silencio del amor. Azulados placeres que unen la nada y el todo por los segundos precisos de la vida y la muerte.
Ni sentir. Abortos en la micro, en el centro del centro del centro de santiago, caballos corriendo en cuatro direcciones diferentes.
Ni llegar tarde. Quien autoriza la risa del mundo, sus dientes se aprietan hasta trizar la verdad. Suave caramelo del desvelo y la bohemia. Toro de las astas hasta que la muerte nos separe.
Ni procrear. Delgado armazón, camisón resbaladizo carente de la escama en el paraíso tropical, pedazo de pasión efímera y punitiva. Bares abiertos para la eternidad de ir sin percepción.

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