4/08/2008

SICARIA

Vengo a escribir la historia, si no supiese
del futuro
los ciclos de rigidez corpórea y dogma
desahuciado,
de las criaturas que pueblan, sorbos metálicos,
a la innecesidad de ciertas frutas que son invisibles y claras,
incautas taciturnas yeguas paradas en la cima de la sima,
mirando fijo la volteada percepción del descanso
y la lujuria transaccional, el universo privado
de todo y nada en homogénea verdad particular.
Un amor de abstracción menos remota aún.
Gramos que se pierden sin la parca
rondando los callejones inconcientes
o los nudos borromeos cabizbajos de arena y blondos
puñados de gloria en las palmas de una
remembranza extraña cual la comunión.
Vengo,
la necesidad del necesitado,
caminando sin mirar el camino
que es una cuerda de araña, sus múltiples muertes
cotidianas de deudas; los días iguales
como un acervo de gotas gemelas empapando el panorama
del miserable y la ingrata. Vengo,
de un lejano país sin fronteras ni paredes ni madres ni leyes,
de una tierra de agua,
olvidada pradera que jamás he conocido;
cada día galopando sobre los úteros arrendados y agenciados
por los vicios matutinos de la noche y la bohemia:
gran territorio de espaldas y cachetes.
Vengo,
las palabras que no alcanzaron a ser pronunciadas,
las palabras del aborto,
nonatas reflexiones que se recuerdan con sangre
en los ojos de los ojos:
las palabras matrices,
cónyuges,
filiales y pacificas y felices
como los diablos efímeros. Vengo de la neurosis
de una gallina ciega alborotada, de un dilatado pulmón azabache
redondeado por la inclemencia
de las puniciones de las arcaicas puertas cerradas:
Republica esquina Alameda,
nervioso observador de un profiláctico dilema.
Cual un sueño roto recuerdo la contracción de la quimera confusa
de las albas piernas y las albas madrugadas del aposento
celeste de una infante postmoderna bajo mi manga.
Vengo con la espalda roída y la memoria
rebosándome los espejos que me siguen de cerca.
Estuve detenido en una gran caminata
de lo que p u d o h a b e r s i d o. Vengo,
el atisbo solitario de mis hermanos,
con mis hermosos cuchillos
refulgentes de la razón de la gran guerra,
los vengo delirantemente desesperado y furibundo
y rabioso y violento
y colérico y excitado
y enajenado, impetuoso y desprendido de la gravedad
de los asuntos neutros;
los vengo, como homicidios del silencio en las selvas virginales.
Vengo del infierno, vestido de lobo vestido de oveja.
He traído drogas y jugos naturales,
he venido a vengarme.

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