6/04/2010

FENIX


De tanto perseguir la cola ardiente

de un pajarraco que no conozco

que según dicen salió del sol

y la luz y todas las risas,

caí en un enorme día

que se vestía de noche.


Las antorchas cannabicas

y el tequila iluminaban

todas las voces

en derredor

las hembras

como siempre

esa gran luna digna

de las adoraciones del sexo.


El contexto por sublime parece

lo perenne de una algarabía mentirosa

más la pena tan nimia

(y descomunal)

en su extensión, que me hizo protagonizar

el papel del malo en la película de malditos,

todo facilitado por qué yo poseía

el derecho al júbilo

entre las lagrimas que llovían

gritando el precio del placer

que está alejado de mis arcas que no existen.


Dado que en ocasiones se caían las bragas

para que yo besase la penumbra

del azabache triangulo de la perniabierta

que después de irse volando y dejarme

en el invierno gorgoteando

mis arquetipos tan dóciles

como un perro muerto siguiendo su cola

ni siquiera dejase una ceniza

en la hoguera que apagó el verdugo precioso

de hacer lo que no se debe,

yo me fui a inmolar al universo paralelo

donde aquel pájaro quema.

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