10/09/2007

JUICIO (o la última declaración)


Y-si-yo tengo la culpa!
Compré la ropa donde no es debido,
mi traje enfermó
y también tornó negro su sentido de lucir.

Yo tengo la culpa
de ahora cosechar atisbos
chuecos: maduros
e inmaduros: todo da igual;
de haber plantado esos misterios
que se resolvían con delirio
y rechazo, con abandono y traición.

Yo tuve la idea de declamar lo prohibido,
de bailar con lo prohibido,
de jalarme y chuparme lo prohibido y hacerlo aparecer.

Yo fui aquel brujo, aquella magia
negra y roja y sola y risueña,
bruna necesidad de escape total.

Yo tuve la culpa, yo tengo la culpa,
yo invente a todas las viejas de mierda del mundo,
yo soy su Edipo.

Me puse la careta más llamativa
de la gran fiesta de las mentiras.

Yo me veía de lejos,
yo era de un oscuro fosforescente
que encandilaba y abría los ojos
superando sus propios umbrales.

Yo hacia del dolor una obra de arte
de una parte exiliada,
una obra de teatro
de un retrato perfecto
que no le faltaba nada por lograr
un afán estético, una disertación
detallista y realista:
una disertación suprarreal y nihilista
de un medio de comunicación sin censura,
un medio abstracto e intangible,
un medio invisible de un color sublime,
parecido al aroma que dibujamos nosotros
veinticuatro en mi cama meada por el gato,
una palabra que se traspasaba
hasta la más perfecta aduana dura,
un chorro de algo devastador
que no soportaba ni el más afilado dique de azófar.

Yo tuve la culpa de que ya no se confiara,
yo tuve la culpa de habérmelo callado
y haberlo dicho con un grito,

yo era extraño: yo soy la verdad.

Yo me propuse ser el instinto,
ser yo, ser tú, ser nosotros,
ser padres y madres, un súper ello también,
mucho más amable y leal.

Empero nunca pude ser una mujer
como ella, nunca me pude amar para siempre.
Nunca le pude cargar en mi vientre,
nunca pude hacerle llorar, hacerle sufrir,
nunca pude mentir y volver a mi lugar
a recibir tiernas caricias mientras soñaba algo mejor,
nunca he sido feliz sabiendo que me esperan
las fálicas Penélopes producidas por la tiranía
de la desesperanza de unas madres
que viven solitarias en casas de clase media.

Nunca pude dejar de amarte
cuando me lo pedías. ¿Tengo yo la culpa?
Nunca me quede en la mansión que soñé,
nunca pude llevar puesto el oro de tu nombre,
el grillete de tu compañero,
de ciudadano y patriarca,
nunca tuve la culpa de otra miseria más que la mía...



Yo tengo la culpa de todo.

Deberían ponerme una corona



......................................aunque sólo fuese de espinas..

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