10/17/2007


“¡Ay los vicios humanos! Son ellos los que contienen la prueba de nuestro amor por el infinito.” (Charles Baudelaire)


Tiene las respuestas en la mano
transparente el veneno y lo sano
de su corrosivo poder
desinhibidor cortical.
Se puede pensar en unidad reptiliana,
en casi todo que es lo mismo que nada,
que aquellas adornadas culebritas
son más adorables que un mamífero
succionador de ideales, que son eso,
porqué están lejos, lejos de sus engendradores.
Tengo la botella y su sabor multifacético
a medias fundido con la mielina azul del cráneo,
todas en el techo recordando,
desde un paradigma extranjero del mundo:
que es muy real.

¿por qué te amo tanto muerte,
mujer, mía, sin matiz?
Tengo ahora la respuesta precisa
entre los dedos aprisa subiendo
y bajando, estimulando el estallido
blanco que le aparece al nácar rosado
de un endometrio. Lo tengo y me demoro
más que de costumbre.
Una paliza, una trifulca
de odio sin sentido,
con cualquiera agresivo
que se dibuja en el cuadro por error
del pintor de la existencia.
Tengo alucinantes descubrimientos del arte,
de su ciencia abstracta, atorados en la lengua
intentando desatarse en diálogos
con los más hermanables comensales
que recién conocí,
en seducciones con las cortesanas
igualmente carentes de esa tópica.
Tengo paz
a saltos, asaltos
al onírico espacio;
que gracias a su poder alucinante,
hace ver todo negro,
parecido a un gran vacío
uterino, es decir:
no deseando nada
y estando por las horas
que el consumidor considere,
fuera del tiempo:
por fin...
tranquilo.

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