3/31/2008


Qué demontre, la ropa del santo
y el antifaz celeste, que colosal me queda,
que infante se ve montado en mi suplicio
la ancha capa de la civilización para viejas muertas,
la palma de las entradas a los lugares alternos.
Y me llevo los trofeos del deporte de la decadencia,
los ídolos dorados con cachos y melenas,
los talones mojados, las tarjetas reventadas,
embarazadas por psicotrópico placer activo, me llevo
al pasado la contingencia y su difuso espasmo,
la paranoide alquimia de un retorcido
y un gallardo monje de la verdad
que luce en el espejo roto del baño ajeno,
las piedras de ónix en los dedos de la reina,
en las garras de la musa, loca
emperatriz de mi desventura y mi gloria,
me llevo su olor homogenizado con hálitos clandestinos,
con quimeras, me llevo al pasado todo lo que no queda,
lo que llora como ilusión y la ilusión
que se le ve el pelo de oveja.
Me llevo la heterodoxia al panteón y al paredón,
me la llevo puesta y tatuada en el ojo rojo del centro de la tierra,
me volví la guerra misma. Los jueces caerán
por el peso de los coprolitos de su palabra vacía
por las blasfemias de su proyección en las faldas de mi soledad,
¡haremos otra fiesta y otra!
Inclinado ante las fauces de la Gorgona
Lloro y sonrío a la vez,
como la más pedante esquizofrenia
de la realidad y el amor…

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