3/24/2008

FLOR


Ni los vientos, el aire de la conca
en la borrasca de su afecto, aportaron
el coral al acuario solemne, la metáfora
del endometrio gastado, melancólico.
La idiotez, la rusticidad, el étil,
la soledad, la virginidad, la inquina,
el pecho prestado a la lágrima ahogada,
la nada de la estrella platinada,
la mirada sumergida en un punto que no existe
en el rostro de la aparecida, en la muralla del bar nudista.
Cada droga y el pelo humedecido,
el reflejo de la cama rojo, el carmesí, el rouge,
todo el rojo de siempre y su melodía maldita
de bombones culposos en el artefacto sin dueño.
Qué dolor la gragea amortigua, gran lidocaina espesa de mi rutina.
¿Qué llaga sutura el ámbar cristal, que me mata?.

Lobo, yo seré el lobo de la madrugada.
La luna que veo doble.

Ni las migas, sus restos, unas briznas que sobran
del chocolate de las ilusiones, cedieron
en el acantilado de la preparación
del rascacielos. Su primera piedra, tallada
cual un mármol poliforme de estrías, de embarazos,
de embarazosos episodios de exclusión ignorante,
de roscas, resacas y berretines,
peces contra la corriente que nunca regresaron.

Yo soy un perro, y hurgo en la bolsa
negra de la vida nuestra
los recuerdos de un amor nonato.

Ni las cenas ni las velas: cortos pasos en la línea del tiempo,
en la blanca línea del tiempo. Se sufre
de incertidumbre, crecen las melazas en el patio de los callados,
los finales felices de extensas historias de terror circular.
Las noches, ay! de las nocturnas tarimas del cielo del infierno,
la cama del capricho, la cama de no sé cómo ni cuando,
la cama desordenada y mojada por mi alma,
los pequeños agujeros tapados por el grandioso
ego que se aprieta.
La cama al lado del arrollo donde la ninfa eco
chupa la sangre de la sangre a través de mi boca.

Yo soy el sádico marqués de la pobreza y paso
por el día
por la esquina
de lo que nunca sucedió.

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