Reflexiono
siempre. Me siento mal la mayor parte del tiempo, soy depresivo y no es para
nada genético a pesar de que mis padres padecen una melancolía crónica
separados. Se la gané al director del hospital psiquiátrico de la U de Chile, y
nos hicimos amigos pues él temía que yo me
suicidará igual que su amigo Rodrigo Lira. Él me encontraba físicamente parecido
al vate y el hecho de que yo fuera poeta lo evocaba más aún, estaba engordando
paulatinamente no por comer en el macdonals sino por beber en demasía (el
alcohol es azúcar)… Para el doctor Lewis Rasco nuestras sesiones eran
intercambiar poemas; me daba consejos sobre como amar a una mujer, desde la
ciencia obviamente, así que jamás funcionaron en la realidad y pasaba la gran
parte del tiempo solo. Cada vez que me iba de la consulta él me abrazaba tan
fraternamente que me instruyó en como abrazar a mi Padre y a mis hermanos (pues
estábamos tan recatados producto de la dictadura que encontrábamos de “maricones”
darnos un beso en la mejilla…) me enseñó a aceptarme como un guerrero, alguien
que necesita sedarse del universo para convivir con la injusticia, jamás cuestionó
mis adicciones al alcohol y a otras drogas ilegales, de hecho prefería que
fumará yerba a qué la marginalidad me arrastrará a los laboratorios químicos de
los ghetos colombianos… Fue un gran maestro para mí…
Un día
me propuso ser el conejillo de indias de un revolucionario proyecto de
antidepresivos norteamericanos, me dijo que todo lo que yo iba a experimentar en
los laboratorios clínicos de la U de chile, tenía un valor monetario que
sobrepasaba el presupuesto de un sujeto de clase media común... Que me iba a curar, que jamás
volvería a sentir pena…
Me
llevaron a los subterráneos del hospital psiquiátrico de avenida la Paz (nadie
conoce esas instalaciones) debo reconocer que me asusté. Más aún cuando una
enfermera con notorio aspecto de no haber salido nunca de allí me dio unas
pastillas celestes y un líquido incoloro en un matraz erlenmeyer que me hizo
aspirar cual si fuese la bolsa de neopren de un mendigo joven y suicida de los
años ochenta… A esas alturas ya estaba suficientemente vulnerable para que
inyectaran agujas en mi cabeza y sintiera como el acero penetraba mi masa encefálica
sin oponer resisitencia… había cables conectados a las agujas y muchos doctores
veían en un monitor HD como me retorcía de miedo, dolor y ganas de salir de ahí…
Estaba muy drogado, muy sedado, mas de pronto sentí como se me dilataban las
pupilas y una fuerza enorme poseía todos mis músculos… me desprendí de todos
los electrodos, golpeé a un par de paramédicos, rompí un vitral de espejo
unilateral y me dieron unos deseos lujuriosos inexplicables… violé a una joven practicante
sin sentir los golpes de fierro que me propinaban los hombres de blanco… al
acabar me puse aún más violento y mi fuerza se incrementó… le saqué un ojo a un
viejo soberbio que pedía que me dispararan y patee tan fuerte al guardia de
seguridad que ni siquiera alcanzó a disparar su pistola… cogí su arma y me
escape por los pasillos, desnudo y clavado por miles de agujas… le disparé a
quienes se me cruzaban, no importaba si eran “inocentes”…en la calle le volví a
disparar a un tipo calvo que yacía muerto en un 4x4 y me fui en su auto hasta
una plaza, de ahí le disparé en la cabeza a un sujeto de similares proporciones
a la mías y caminé como si nada hasta el día de hoy…
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