Pasan
los segundos de esta manera. No es la primera vez que las semanas son un puro
día y los días son una infernal hora en que la noche y la mañana se transforman
en una bestia que oprime a manera de angustia, derrochando el tiempo como un
apostador que coloca sus esperanzas en una estúpida ficha, sus energías presas en
un galón de cerveza o en una ilusión malsana de sexo sin amor.
Si tan
sólo volviera a ser un niño y esperar la oscuridad de la navidad fuese la meta
más concreta del tiempo, los juguetes y las bebidas en las cenas familiares la
respuesta a un pequeño sacrificio que no implica heridas en el corazón, ni
siquiera sé si estaría conforme con mi existencia, ya que igualmente seguiría
dependiendo de otros.
Observo
a mis gatos recorrer la casa como si esta fuera el universo completo, me siento
mal conmigo mismo pues si yo fuese el dios que ellos deben considerarme por el
hecho de darles comida y agua, calor y cariño, y castigarlos cuando arañan los
brazos del sofá, seguiría siendo un tirano que los mantiene encerrados y les
priva de su libertad de ser lo que son. Soy también yo como las iglesias que
dicen conocer la palabra del dios de la mayor parte de los hombres: una cómoda
mentira para esclavos que no quieren problemas y se acostumbraron a recibir las
migajas del enorme pan de los dueños de sus destinos, los que les imponen el
bien y el mal.
Y aunque
confundido analizo la felicidad del que tiene un nuevo automóvil, sólo me gustaría
vivir a mi manera sin el juicio de los que compran objetos para llenar sus
vacíos. Es imposible competir en una instancia que no te pertenece, es como
poner en desafío a una soprano con un boxeador, como echar a pelear una
golondrina con una hiena. Si yo prefiero un libro a una cadena de oro, la paz y
el respeto a la falsa zalamería de un esquirol con su patroncito, viajar a
pagar toda mi vida una casa que el tiempo deteriora igual que al cuerpo humano,
disfrutar haciendo mi trabajo y no sentirme como el engranaje de una sucia
maquina de la que saca provecho un millonario viejo insensible, fumar marihuana
a desperdiciar mis pensamientos en cómo pagar una cuota a fin de mes, decir
siempre la verdad aunque se desordene un ciclo completo de condicionamiento
social, amar antes que la soledad me acongoje y se transforme en una enfermedad…
No veo porqué algunas personas se sientan con el derecho de despreciarme…
A veces,
cuando en derredor alguna alma acomplejada con su pobreza cree que atropellándome
con su televisor de 42 pulgadas es mejor persona que yo, quisiera ser un idiota
más y llenar mis bolsillos sin mirar las montañas ni la luna, pero para mi
buena fortuna aquello me resulta imposible.
Mejor aprenderé
a amar mis depresiones y cuando pasen las semanas, los meses y los años,
convertidos en esa bestia que oprime como angustia, invitaré al horrible animal
a correr por el parque mientras ando en mi bicicleta imaginaria escuchando la
música de la libertad.
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