5/03/2010

DEAD

Inevitablemente sé,
con todas mis cargas secas.
Regreso al momento en que solos
conocemos cualquiera de los cielos:
yo y mis palabras somos todos los amigos del mundo
y que jamás se separarían
vapuleando de raíz los conceptos del abismo
mientras escupen semillas de otros universos
sobre la panza corruptible de los rotos corazones.
Sin embargo, el recuerdo se sienta en esta mesa
de vidrio, aislada, en esta isla de botellas con mensajes tristes
y baila y baila la melodía de una canción muy lejana
integrando a su ballet hermosas mujeres que pasaron por mi cama
como por una duna inclinada
marcada con pequeños pies descalzos
y enmascaradas con las drogas de sendos paraísos.
Ni bien conozco las letras de sus nombres
ni bien desperté de la quimera en sus espaldas
ni bien la amarilla luz de la estrella generó alguna expectativa,
pero todo brillaba en la oscuridad de mi habitación
cual unas hijas bastardas de la penúltima centella.
Esta noche todos los vinos corren por mi sangre,
Cristo trismegisto no alcanzaría a ser la persona.
Ocupo mis ojos en penetraciones de pupilas
para escuchar halagos superfluos de mis paupérrimos bolsillos.
En estos doce pestañeos termina el final suspiro
aquel que es blanquecino
sobre la alfombra negra del pubis de mi cortesana
y luego, de las hogueras del edén más torrencial
el bien y el mal, nuevamente, regresan
a cortarse con sus espadas oxidadas:
“buenos días, mujer ¿ha sido esta noche
el día que imaginabas?”
En su boquita está la nada
mezclada con una aventura que se deja mimar,
frotar
bañar.
En su aliento el malestar de una centena de licores,
en sus ojos cerrados las promesas de unos mundos desconocidos
en sus palabras el bullicioso mutismo
de que jamás volveré a follarla.

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