12/01/2012


¿Qué sería del poeta sin los narcóticos adecuados?
Abordo un taxi al lado del río,
al borde de la facultad de Derecho de la Universidad de Chile,
dos palurdos intentan asaltarme. Han quedado inválidos para siempre
y yo sigo con el fajo de billetes en los bolsillos.
Voy directo a una emblemática población.
A las pagodas de la antigua resistencia al perro pinocho.
Me reencuentro con mi hermano Germán,
lo abrazo fuerte y lo beso en la mejilla.
Está con su esposa y su hija.
Me excuso por mi aspecto de constante bohemia.
Juego con la niña en una montaña de arena.
(Están construyendo un estadio!) Nos ensuciamos bastante.
Converso con mi hermosa cuñada sobre la posibilidad de montar un negocio.
Cae la noche y con ella todo lo que significa
para sibaritas como nosotros.
Visitamos el hogar de viejos punks anarquistas.
Que hermosas son las familias libertarias!
Los hackers, los incendiarios, los okupa, los RASH, el FPMR y el MIR.
El alcohol jamás se acaba.
Converso con una rubia bastante particular.
Me dice que su fantasía es asaltar un banco.
La interrogo al respecto y le encuentro la razón.
Si fuese un hombre soltero probablemente
me hubiese quedado con ella hasta el éxtasis,
hasta que jamás se olvidara de mí.
Pero prefiero drogarme y bailar
con unas mocosas insolentes.
Regresar a la adolescencia sin que nadie me juzgue.
Este paraíso abstracto es lo mejor de la historia
y mi biografía,
es un premio que se ganó mi devoción revolucionaria.
Estoy realmente loco.
Pero a diferencia de lo patológico que le resulta mi conducta al vulgo,
en donde estoy, todos me aman y juegan conmigo.
Me regalan la libertad de ser todo,
algo que no está en ninguna parte.

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