12/16/2012

El corazón sabe dónde parar
una bandera negra que indique
autonomía absoluta: ni dios ni amo.
Las tierras baldías de las que dueño soy
nunca valdrán la pena morir como perro,
pero el placer es excelso y flotan las neuronas
en pompas alquímicas pulverizadas en la selva.
Camino por el inmenso callejón de la primera mañana de Santiago,
saber que sobreviví a los letreros de las tiendas
hace que no me importe ni Parra ni Huidobro,
ni Neruda ni Mistral
( quizá vea en la calle a De Rokha a Lihn
o a Lira
y siempre me follare una pelirroja en su honor).
Compro una sopaipilla
y nada tiene que ver con una reivindicación de los piojos.
El glamour de la ciudad hace amar el individualismo:
es sólo que no creo en nadie
y la pobreza me exalta cuando juega conmigo
en la vereda pidiendo
o un crédito en el restauran
o las postergaciones ingratas
o las cuotas de la universidad.
Y los grandes imbéciles que siempre ganan a costa de los demás.
No hay necesidad de que yo mismo les prenda fuego.
No existe necesidad de que mis hijos violen a sus hijas rubicundas,
la propia vida llena las calles de virus nuevos
y el miedo les chorrea de los ojos llenos de signos peso.
Yo estoy convencido de mi victoria
me lo dice mi libertad que fuma cigarros sin la necesidad de fumar.
Te lo dice mi cara ignorada tantas veces hasta llorar.
Te lo dicen mis ganas de que todo cambie: de matar.
Tus ovejas ya no sirven para nada
salvo para parir a los cuervos
que te comerán los ojos mientras ardes
en la hoguera de la rabia del pueblo
porqué cuando tú menos lo esperas
yo  estaré sentado observando
cómo tu palacio se cae y gimoteas como Magdalena.
Ya no tendré nada que decir:
                                                              mi biografía es mi mejor poema,
tú puedes chapotear en la mierda
y nadie recogerá a una abuela.
Tú puedes desfilar delante de la elite
y nadie comprenderá tu pena,
tú podrías morir y resucitar
y jamás la historia conocerá tu nombre.  

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