4/26/2013


Me preguntas: por qué no se me acaba esta sensación de guerra.
Por qué sigo maldiciendo a los de la oficina grande, los que ponen sólo una firma y una idea copiada de un sistema caduco y mueven los hilos de marionetas que chocan unas contra otras, sin originalidad ni aporte.
Te aseguro qué intente tratarlos como hermanos, como amigos, como compañeros e incluso como autoridades, aunque para  mí una verdadera autoridad es quien escribe un libro y pasa a la eternidad, autoridades son los viejos hombres y las mujeres con experiencia que denotan sabiduría en su humildad y conciencia, para mí son autoridades quienes piensan en todo y no en esa mezquina fracción de su propia vida acomodada o su potencial futuro de riquezas vanas; para mí merecen respeto los que respetan hasta lo más mínimo (y máximo a la vez) del universo, independiente si son ancianos o niños, si son pobres o ricos económicamente, para mí son autoridades las almas creativas que profesan la libertad de los demás. Yo no respeto a los curas ni a las monjas porque gran parte de la gente lo diga. Es más, ni siquiera respeto a Dios pues él, siendo todopoderoso, no se ha dignado a intervenir en este desastre… No respeto a reyes ni a presidentes ni a tecnócratas sinvergüenzas y ampones, iguales a los de la plebe mugrienta y aprovechadora que se ampara en la pena injusta del lumpen para cometer pequeños y torpes delitos e intentar imitar a sus superiores del estado. Yo no respeto a todos los Europeos ni a todos los Norteamericanos.
Me conoces bien y sabes que la razón esta vez está de mi lado, no puedo quedarme sin gritarles en la cara, sin señalarles con el dedo, sin rayarles las murallas, pues tampoco me intimidan con sus amenazas y sus posiciones, tampoco con sus bestias armadas ya que no tienen cerebro.
Si el equilibrio de la vida que deviene justicia divina existe (y eso es completamente seguro), sabrás qué el pez más grande se come al más chico: yo soy un león bravo y potente, una garrapata en una camioneta de lujo no puede causarme temor, y aunque los demás leones se hayan convertido en ovejas viejas y pusilánimes, créeme que me resulta imposible entender como las estrellas se arrodillan ante el sol, siendo que las estrellas también son soles sólo que están más lejos…
¿Sabes lo que más me mortifica respecto a la “posición” que ostentan? Es que ellos no deberían estar ahí, ellos son producto del azar y no del esfuerzo y por ende su único esfuerzo es que el esfuerzo no le gane al azar…
Y así tienes jefes como el alcohólico petulante que sabe que lo único que mantiene viva a su empresa somos nosotros, y que sin embargo, a veces, en su delírium trémens no quiere pagarnos el sueldo o se victimiza diciendo que “el negocio no va bien”, que trata de apabullar nuestro trabajo con argumentos tan idiotas que en una conversación civilizada sería impensable finalizar el discurso diciendo la frase “pero yo soy el jefe”.
Tienes jefes como esa pechoña arrogante que sublima toda su represión sexual adorando figuras de yeso y vanagloriándose de lo “buena” que es cuando el diablo es lo que más arde en sus venas de lagartija.
Tienes jefes que son piojos resucitados, esclavos esclavistas, pobretones eternos que creen que la burguesía los va a aceptar alguna vez y hacen todo lo caricaturizadamente posible para encajar en sus círculos siendo que son horribles cuadrados…
En resumen tienes jefes porque a alguien muy viejo, y hace miles de años bien muerto, se le ocurrió inventar la jerarquía.
Yo sé que soy mejor que ellos, pónganme en una competencia de cultura general y sentido común con cualquiera de ellos!
¿Y me preguntas por qué no salgo de la guerra?

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