4/24/2007


El fin de mi calle que por demás se ve
tan eterna como el ojo fiel y desmayado
que con su gemela pulcra me pierde en la acera
de este valle lleno de risitas y contradicciones
deliciosas sobre la boca de tus mil beldades.
El paraje último del nirvana que entre tanto centelleo
me llevo al pecho cual aquella puya
de fina flor loca y esteriotipada, para decir nada
a la vez que todo lo posible se derrama
entre mis dientes hechos manos
que te muerden y te lisonjean cuando derrites el hielo
de la boca de mi corazón en pedazos negros y rojos.
Los crepúsculos para conocerte, para verme en la vigilia,
de sacarse todo el acero,
que la armadura me oprime la vida
y ya no habitaré más el cielo, ni las frutas del panteón
por más sereno que el mundo de la esquizofrenia
se presente maravilloso en su muda soledad.
La verdad que es rebeldía en el país de las banderas
de parecerse a lo que se debe cuando la fecha amerite cigarros
y palos tiesos en la sien de los de antes lapidados
por creer como las gallinas que dan vuelta la cabeza
en los círculos concéntricos de siempre será ayer.
El amanecer con todo y sol, con nada y luna para que chupes
escondida del pasado e incluso del presente
aunque siempre sea ahora y mañana sea tarde
cuando llegues a la casona conchevino en las alturas.
Y madrugadas para nosotros, abrazados por el trigal
le prenderemos velas enormes a la cárcel de los extintos
mientras bailamos apretados la danza de los zorros
y nos amamos porqué somos fieles a los trazos de los dioses.

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