9/29/2012

PARADOJA

Era feliz y todo eso, pero en ocasiones una fuerza oscura lo tumbaba en la abulia absoluta. Y sin poder siquiera dormir, postrado en su lecho, completamente solo, miraba el techo de su habitación convertirse en jaula. Penetraba con su atisbo, tajantemente fijado, el falso cielo sucio que cubría las cuatro paredes, como si con los ojos lograra atravesar cualquier obstáculo que se interpusiera entre su cavilación y ese horizonte incierto, invisible e infinito que había afuera (o adentro, ya no era posible definirlo). Era feliz y todo eso, pero en el abandono de lo rutinario observaba en el espejo del tiempo su insípido aspecto de mascota. Era una mascota muy afortunada, por cierto. Su dueña le daba todo lo que necesitaba y lo que no: agua, comida, hogar, ternura, etcétera… No obstante, muy a su pesar, sabía claramente que ya no era posible irse de ahí, pues ya no era justo escapar en las noches de luna llena, no era correcto recorrer las estepas brillantes de estrellas, no era sensato subir otras montañas y aullar sobre ellas de puro frenesí…

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