10/11/2012

Al comienzo, cuando era un cachorro, era simpático. El primer mes, cuando llegó, era tímido hasta el extremo, pasaba la mayor parte del día durmiendo. Al otro mes, hacía travesuras graciosas, difíciles de reprender dado su matiz infante de inocencia. Conforme pasó el tiempo su dueño empezó a evaluar su amor, en el reconocimiento del sacrificio mensual que hacía por el bien del animalito, bajo la vara tristemente indiscutible del dinero. Empezó a considerar las necesidades como gastos, bajo el influjo maldito de aquella patraña social del éxito. Se alejó notoriamente de su gatito, dejándolo crecer prácticamente solo, mientras solamente le brindaba comodidades vanagloriándose de su cariño por él. Comenzaron a fastidiarle los pelos en la ropa, las pisadas marcadas por la casa, las travesuras siempre inocentes. Todo lo que al principio amó, ahora era un mal rato. Ya no le hablaba. A penas se saludaban y cada uno seguía con su vida envidiándose mutuamente la libertad del otro. Su idea de familia se redujo a compartir un techo y algunas paredes. Una tarde de un día cualquiera de la semana laboral, el “dueño” bebía frente a la computadora y el gato dormía enredado en el sofá. Como siempre que ambos estaban solos. De repente, un poco desconcertado, el dueño comienza a percibir una especie de rugido, un rugido tan potente que poseía la certeza de que todos, a pesar de estar muchos kilómetros lejos de él, lo sentían igual de intenso y desgarrador. El piso de su apartamento comenzó a tambalearse, de modo que al intentar pararse estuvo a punto de caer. No le importó. Y antes de cualquier cosa corrió hasta el cuarto de bodega y cogió la caja de viaje del minino. Partió a buscarlo. El gato asustado por el temblor sumó también a su miedo el ver a su dueño intentando tomarlo desesperado. Al final lo agarró. Lo metió dentro de la caja y la puso junto a la puerta. Luego se ocupó de cortar la luz, el gas, sacar el dinero y los abrigos, todo en cosa de segundos y entre choques contra la pared. Cuando vio finalizado su plan de supervivencia tras el cataclismo, también había cesado el terremoto. Y todo quedó igual pero unos cuantos centímetros corrido. Se calmó y recuperó los latidos del corazón. Abrió la puerta de la caja de viaje del gato y éste salió corriendo y se agazapó tras un sillón y lo miró a los ojos con pánico. Él lo observo unos segundos y regresó frente a la computadora. Desde su asiento volvió a experimentar el miedo en los ojos del gato y lo llamó amorosamente, como cuando era cachorro. El gato corrió hasta sus brazos se acurrucó y ronroneó. Se miraron nuevamente a los ojos, fue menos de un segundo, y él lo acarició con ternura, comprendió que era su familia, su hijo, su hermano. E inconscientemente le pidió perdón por el pasado diciéndole –No temas, tu vida es más importante para mí, que cualquier cosa-.

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