11/10/2011

Para que te quede claro


Me pica la cara con calamidad compasiva

como vergüenza o venganza cuando enrojece la mejilla,

estoy sucio y sedado de los recuerdos predadores

de las añoranzas añosas ajadas por la apatía

cual victima novata de condiciones sociales

severamente sobrias para mi intención primitiva.

Se ve suave y serena, bella verdad de verdad

verdadera

vocal a la visión, la besaría

en todas partes en todas las partes para ponerla preciosa

hasta hacerla amar a las aves que atan

como sogas de ágata argón y la gozaría

así cual golosina de glucosa glacial y graciosa

chupándola hasta champagniar en su boca de chica.

La sometería sin furia como el día a la noche

negociando con ella la nefasta necesidad de negar que no somos nada.

La tendería en la tienda sin la tenida que tiene

para impresionar a los impíos paradigmas que le impiden ingresar

en las indúes posiciones de la inmensa intención de integrarse con el todo.

Le mordería el rincón entre la rotula y la pantorrilla

precisando prenderla a una estrella y prenderla

como una antorcha antigua que brilla atormentada y ligera

por placeres perentorios predicadores de dicha

por el puro placer de perecer en su pecho.

Observar sus ovaciones obnubilado me paraliza

obviando el sentido de olvidarla algún día

odiándola por ostentosa y perra y maldita.

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