8/08/2008

IRONIA (1)


Y si elucubraba cierto ensalmo, pensaba yo

de frente al esqueleto barbudo de aquella pobre

alma tan nimia como sola,

¿qué valor le asignaría,

diferentemente, a su mugrosa realidad

de asfalto y mendrugo?

Si a veces se confundía su voz con la mía, hilarante

de situaciones difusas más inciertas que los recuerdos

vagabundos de ID,

era producto de la viciosa escapatoria

en los brazos emplumados del narcótico

apropiado

para cada quien y su tiempo que corre

en frecuencias de soles distintos y sin días

definidos por barreras permeables.


Quizás aquello me hacia volar en su dialecto

particular de suburbial engendro de la política

democrática del infierno

en el que su madre se embarazó en la primavera

misma de los designios de los negativos filósofos muertos…

Discurría su discurso frenético del hambre

de sus pulmones y los centros más nerviosos

de su desecada dermis de esmirriado haragán,

todo por la pasta, por el blanco

clorhidrato diluido en la bazofia

de los rancios madrigales de algún insecto baboso

por la química nefasta: alquimias futuristas

que anteponen la muerte a la desesperación

revolucionaria de los corazones oprimidos

por las bandadas de pájaros malditos que chupan la sangre

capital del sudor del obrero que solamente

puede robar

el valor de las sociedades estadounidenses de la risa misma.

-¡Que ironía!- le gritaban las ratas al paso

neurasténico que daba por la barriada de su arrabal

trasgresor de toda ley de socializados

autoritarios animales de protección burguesa,

al verle pasar tan difunto como su alimento

subterráneo a los pies de una roca metafísica

con una cruz ladeada.


¡Que ironía! Pensaba yo cual si chocasen las sentencias mismas,

que aparecen en el papel albino de mis observaciones taciturnas,

en mi sien dilatada de metales parecidos a la leyenda del nirvana

y las reivindicaciones del mundo de los pobres diablos

que mueren todos los fines de semana en la vereda

de las iglesias evangélicas y los bares clandestinos

de los magnates soberbios que chocan

sus copas de champagne contra la pellejería

de la cotidianidad de los vencidos.

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