2/23/2007

LA SOMBRA

Esa negra perfumada del pasado
en tu atisbo
que me sigue por los mundos
en donde ya no te beso,
son estas sanguinarias vigilias
y este dolor de hoja fina
que llevo en el seño dibujado
como el cadáver espeso
en aquel lluvioso verano
de tus canas de niña.
Y ahora tú respondes, cual la perra
a su hijo santo,
que la culpa del suspiro que riega
los edenes desiertos con meado borracho,
es de la nada que lleva en el lomo
la pena absoluta del todo
se acaba algún día.
Y yo me pregunto a través de tu pelo
perturbado por la intrusa vocación
de mis palmas en tu carne
con un montón de argumentos
del sol más cobarde, más terso,
a esas horas en que la soledad se transforma
en los dos sexos de una sola cosa,
bella, rutilante y eterna
¿Por qué ya no me amas
si debajo de la luz
aún me sigues los pasos?

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