Cuando paso mucho tiempo sin escribir, tengo sueños raros. No
son los sueños extraños de Dalí ni los de Christopher Nolan, son más bien realistas
dentro lo surrealista e hiperonírico. Tienen inexistentes escenas de la segunda
guerra mundial y de gigantescas naves espaciales aterrizando sobre la comuna de
Providencia, hay filósofos muertos debatiendo conmigo sobre lo “real” y
queridas de los años veinte fumando con largas boquillas mientras me tiran
besos. Tienen pasajes antiguos de cuando estaba en un escenario rapeando y el público
saltaba eufórico, o de cuando estaba recitando poemas en una biblioteca y los
oyentes hacían gestos con la cabeza, o cuando bebía con muchas mujeres desnudas
en habitaciones de hoteles en países centroamericanos. Tienen imágenes satelitales
impensadas y perfectas y lluvia en tercera dimensión que empapa melenas largas
como las esperas más tiernas; amores imposibles dándome besos irrepetibles, seres
queridos fallecidos antes de tiempo, brindándome explicaciones de su partida y paisajes verdes de antes de Cristo
deslumbrándome para siempre. Cuando sucede
esto, despierto con ganas de seguir soñando, y aquel confuso hecho le pone diez
minutos más al despertador. Pero la
realidad irrevocable con su incomodo devenir me aplasta siniestra con su sabor
a sacrificio y me levanta de la cama con ganas de cambiar la vida, de
transformar el mundo. En aquellas encrucijadas analizo mi lenguaje y las
vigilias anteriores, retomo las lecturas psicoanalíticas y esotéricas (a
Jodorowski y a Levi Strauss, siempre) y
le buscó sentido a lo que no tiene lógica y me entrampo en reflexiones que me
hacen ignorar la vacía coyuntura de la que todos opinan. Empiezo a comprender
el amor en una extensión diferente, las definiciones de lo abstracto que me
otorgó la cultura occidental-patriarcal-machista, me resultan diminutas como
esas ganas fálicas de verse más grande frente al otro. Y renuncio al deseo de
competir en esa carrera que corren casi todas las ovejas ciegas a tientas
suicidas y mala onda… Y no se trata de ser hippie ni que me guste la idea de
comer manzanas “autogestionadas” en mi huerto okupa, pues me encanta el glamour
que brinda el dinero y eso jamás lo he negado, pero no soporto la idea de ser
un esclavo de “lo que los demás esperan” de mí. Me reconcilio cada noche con mi
existencia anotando ideas en mi cuaderno.
Jamás me he vendido, pienso, es sólo que entiendo que cada cambio requiere de
transiciones lentas y he de alimentar y ejercitar a mi paciencia, haciéndolo todo
a la perfección máxima que se me requiera, cuando de validarme socialmente se trate…
Siempre me quedará Paris y esas mierdas para regocijarme en mis verdaderas
aspiraciones.
4/16/2014
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1 comentario:
Hola Chico, veo que sigues en tu palabra y eso me gusta, mucho tiempo sin venir pero aquí estoy, un abrazo.
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