4/16/2014

Cuando paso mucho tiempo sin escribir, tengo sueños raros. No son los sueños extraños de Dalí ni los de Christopher Nolan, son más bien realistas dentro lo surrealista e hiperonírico. Tienen inexistentes escenas de la segunda guerra mundial y de gigantescas naves espaciales aterrizando sobre la comuna de Providencia, hay filósofos muertos debatiendo conmigo sobre lo “real” y queridas de los años veinte fumando con largas boquillas mientras me tiran besos. Tienen pasajes antiguos de cuando estaba en un escenario rapeando y el público saltaba eufórico, o de cuando estaba recitando poemas en una biblioteca y los oyentes hacían gestos con la cabeza, o cuando bebía con muchas mujeres desnudas en habitaciones de hoteles en países centroamericanos. Tienen imágenes satelitales impensadas y perfectas y lluvia en tercera dimensión que empapa melenas largas como las esperas más tiernas; amores imposibles dándome besos irrepetibles, seres queridos fallecidos antes de tiempo, brindándome explicaciones  de su partida y paisajes verdes de antes de Cristo deslumbrándome para siempre.  Cuando sucede esto, despierto con ganas de seguir soñando, y aquel confuso hecho le pone diez minutos más al despertador.  Pero la realidad irrevocable con su incomodo devenir me aplasta siniestra con su sabor a sacrificio y me levanta de la cama con ganas de cambiar la vida, de transformar el mundo. En aquellas encrucijadas analizo mi lenguaje y las vigilias anteriores, retomo las lecturas psicoanalíticas y esotéricas (a Jodorowski  y a Levi Strauss, siempre) y le buscó sentido a lo que no tiene lógica y me entrampo en reflexiones que me hacen ignorar la vacía coyuntura de la que todos opinan. Empiezo a comprender el amor en una extensión diferente, las definiciones de lo abstracto que me otorgó la cultura occidental-patriarcal-machista, me resultan diminutas como esas ganas fálicas de verse más grande frente al otro. Y renuncio al deseo de competir en esa carrera que corren casi todas las ovejas ciegas a tientas suicidas y mala onda… Y no se trata de ser hippie ni que me guste la idea de comer manzanas “autogestionadas” en mi huerto okupa, pues me encanta el glamour que brinda el dinero y eso jamás lo he negado, pero no soporto la idea de ser un esclavo de “lo que los demás esperan” de mí. Me reconcilio cada noche con mi existencia  anotando ideas en mi cuaderno. Jamás me he vendido, pienso, es sólo que entiendo que cada cambio requiere de transiciones lentas y he de alimentar y ejercitar a mi paciencia, haciéndolo todo a la perfección máxima que se me requiera,  cuando de validarme socialmente se trate… Siempre me quedará Paris y esas mierdas para regocijarme en mis verdaderas aspiraciones.

1 comentario:

Karol_a dijo...

Hola Chico, veo que sigues en tu palabra y eso me gusta, mucho tiempo sin venir pero aquí estoy, un abrazo.