1/30/2012


Sabía, los peces melancólicos mueren donde nacen,

llegar a ti era estar en esos países de nuevo

do la tierra unida, el agua negra y el fuego humectante

son albos y viscosos besos antinaturales que como un rio lúbrico

llenan de guirnaldas el vértice de tus piernas

del jugo de la pasión manjar de Epicuros y reinas victorianas

desencadenadas a mi suerte libidinal cual todas las especies de sueño.

De lo oscuramente difuso (la luz que desconoce el plebeyo

insensible) acaecen los velos inimaginables de un Sade

enamorado de la fragante puerta de la vida hasta la impotencia póstuma,

de la tuya, en especial también, forrada de negro terciopelo piramidal

y livianamente frondoso en las puntas de los resortes delatores.

Sabes que te recuerdo sometida y caballuna

a la alegremente cabizbaja mirada que se pierde en los dibujos

del cubrecama sudario de la anterior espalda que regó mi lecho

con las piernas elevadas en señal de victoria sobre el edén

que se olvida que juntos somos el universo completo.

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