10/23/2009

Kamasutra




Desalmado verdugo
la divagación que aprieta mi cuello,
un sitio eterno y punzante
que debajo de él exhibe el signo degenerado.
Sus ojos están hechos de lacrimosa esencia
y cada pestaña, digo la forma de la cuerda
de la lira erotizada, es un cúmulo de algas
que quisiesen esconder con su negro pudor
el arma creadora de los dioses cavilantes.
Empero sin lograr el cometido estético de la poética alabanza
del deseo sublimado en una palabra poderosa,
se corre y explota, en su danza coloquial
de lo íntimo y difuso de la imaginación morisca,
esbozando los satánicos iconos de seres extraordinarios
con miles de brazos
miles de piernas,
con lenguas perennes que ahorcan los bandullos.
Tengo en las manos la araña de la vida,
vigoroso instrumento la evocación de las figuras
férvidas y vanidosas de la hembra original,
empuñando en el vértice oloroso de las piernas
el centro donde confluye la sangre del corazón.
Cercanas montañas elevadas o no,
eminencias coronadas por la diadema rojiza
que se erecta hacia el cielo clamando por los dientes:
el mar de mi lengua le adhiere ese nimbo.
El camino dorado, esa calle de carne con el bache umbilical.
No sé si desciendo hasta llegar al origen.
La rosa del viento se ha desquiciado,
le dibujo la espalda sobre el esquema perfecto
que deviene el flanco irritado por el azote de la palma ansiosa;
he de besar también en su secreto. He de chupar
y transgredir los gametos,
siento su flujo recorrer los conductos
¡será esto el sortilegio! Le susurro
en el oído roído por mis vahos agitados
en su retaguardia humedecida.
Su respuesta es un grito que no oscila en los polos
del dolor o el placer, su grito es la respuesta de la muerte.

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