3/19/2012


He robado un banco judío.
Raudamente huyo paranoico.
Los billetes que hurté aparecen y desaparecen en mis bolsillos.
Salto muros oscuros en ciudades periféricas
empero no son de apariencia urbana sino que más bien parecen
esas altas murallas de hormigón que hay entre las fronteras
de los países sudamericanos.
No sé bien si es a través de un teléfono o en persona
pero entretanto me introduzco en una mansión y robo ropa de marca,
unos zapatos caros y un sombrero alón,
alguien me recomienda que salga del país.


En eso, mientras me escondo de policías
y hombres sospechosos de ser perros de los ricos,
comienzo a creer que resulta descabellado atravesar la frontera hacía el Perú.
pues ya las fuerzas armadas me andan buscando
y evidentemente me cazaran al cruzar por la aduna.
Nuevamente ese alguien, no sé aún si es voz o persona,
me alienta a la decisión,
incluso recomendándome que mi viaje sea en avión
con destino a Cuba o a Europa.
Me dice que la P.D.I. demora 24 horas
en transmitir la información sobre los robos cometidos a sus pares…


Luego, aparezco en un lugar similar a la antigua calle principal de Quilicura.
Voy con Claudio.
Me siento muy bien, visto tal y como me gusta,
sin límites económicos; conversamos, le invito una cerveza.
Pasamos por fuera de unos locales en forma de arcos,
seguimos de largo unos pasos, nos devolvemos y entramos en un garito.


Veo a mucha gente comiendo y bebiendo en mesas cuadradas
muy próximas unas de otras.
Hay una mujer que me llama poderosamente la atención,
tiene grandes y brillantes ojos grises,
mas sé que son lentes de contacto,
está en una mesa llena de ensaladas rojas y verdes,
al parecer, con toda su familia.
Nos miramos un rato largo y todo terminó con la alarma del despertador.



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