En la amarilla puerta perpetua
de la desconfiguración pasional y loca
dilato las cavernas evocando tu puto nombre
y me imagino una gran morada
donde decorada con vello tenue
la pradera de tu conducto se licua en espera
disipando las reglas que norman tu entrepierna.
El olor es un vaho de una reina precoz y encandilada
que dispuesto ha ser halado vuela por todo el universo
que ahora es tu brasier iluminando la oscuridad
de mi melancolía perenne.
Si el sabor es la sal de las mareas de tu lujuria
que me empapa de deseo amoral y primigenio
haré de la reproducción genealógica el árbol
que la sombra te provoca en este fuego azulado.
Me gusta observar lo que cubre tu alma.
Ese traje albino y aerodinámico que suda
el magma de la orgiástica escena.
Ahora las manos acusan y apuntalan la ansiedad de moldearte,
de hacer sobre la escultura exquisita de tu ser un soberbio paisaje
de caricias y arañazos.
Los dedos pretenden hundirse en tu masa
tocarte el elixir, degustar el latido frenético
de tus flancos trémulos que le causan electricidad
a todo lo que te posee. A mí.
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