“Amada mía adultera, mi gran amor, mi niña mimada”
Pablo Abraira
Apareció en mis ojos de la mente
el último momento
del palacio del infierno,
cuando te arrastré hasta él
como un cavernario coge del pelo
suavemente a una musa y la lleva
hasta el apareamiento en el departamento
con sus rudimentarias palabrotas de cariño
insensato y complejo, difícil de considerar en el sistema.
El último momento llevabas una chaqueta de mezclilla
y las penas en la cara del corazón que no tienes
se manifestaban en tus facciones
como pequeñitas arrugas de los años
cuando sonreías a la fuerza.
Aún no sé bien de qué escapabas tan rauda y peligrosa,
yo sólo quería besarte como perro,
y escapar contigo sin sentido alguno
como cuando los borrachos se mueren al manejar un carro elegante.
Y fuimos abrazados a la botillería del dulce infierno,
creo que te hice saludar a las gárgolas del edificio
que colindaba gracioso con sus caras mortales de caricatura.
Tú te alegrabas de mi estado libertino,
cual las madres pobres de los títulos de su prole miserable.
En cualquier caso, yo sólo quería tenerte
pero con romance, de manera de hacer un sexo ingenuo
ese sexo que se tiene con la madre en el inconsciente,
eso que se parece al amor, la admiración y el respeto.
Sin embrago a la velada de la cerveza de Joaquín Sabina,
besaste el recto frenesí de mi cuerpo,
con ganas tanteantes de volverme loco,
lo hiciste poco a poco
como cuando el sistema doblega al hombre inutilizándole
y embruteciéndolo,
y yo, sólo quería recorrerte por dentro
como un indiana jones borracho en búsqueda del arca perdida
entre tus piernas.
Me dijiste –hazlo por atrás-
tres palabras que hacen explotar una piedra
endémicamente cual si tuviesen alma esos minerales.
Te follé y me follaste dos veces antes de dormir,
al otro día se decía el futuro de la patria
y yo jamás te volví a ver,
hasta que mi estúpida madre incinero nuestro amor para siempre…
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