Iba con ella, iba hablando
incoherentes soluciones para salvar la vida.
Quise platicarle de mis necesidades, de mis problemas,
que por aquel entonces eran un par de dragones
invisibles que agresivamente me roían los pies
de la tierra,
haciéndome volar hasta el lugar donde nadie iba a comprenderme,
una especie de castigo griego
a un semidiós rebelde que quiere ser libre y dios.
Pero iba con ella, me sentía seguro
porqué esa era la única manera de andar a su lado.
Que no me dijese más que reafirmaciones a mi ego,
no me hacía pensar mal de ella, al contrario
veía en sus sentencias las mágicas palabras:
“sigue adelante”,
“sin miedo”,
“eres todo lo que quieras ser”,
Y me fui persiguiéndola hasta Brasil,
a horas que ya no regresaban
al arsenal de la energía suficiente
que se usa para ser “responsable”
las fuerzas capaces para soportar la melancolía.
Estuve con ella antes
de que se uniese nuevamente con sus hermanas
Amazonas
y qué su mayor afán fuera rebelarme
algunos secretos de las mujeres que tienen los ojos abiertos.
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