Cuando me encuentro conmigo
sé que me falta un beso
y me llevo a algún puerto ámbar.
Sé volar por las luces, mas no alcanza la fuerza
de las mandíbulas cortesanas
a llenar
el estanque de las avionetas muertas de mi destino.
No me interesa nada con alma,
quizá las piernas de Johanna,
sus hijos incorpóreos y mi mañana inexistente.
Mientras tanto mis dientes se caen en las auroras
de oro
de plata
de metales ansiosos
de tenues golpecitos que generan electricidad
de leche desconocida salvo el final del profiláctico.
¿Qué hace esa lengua extraña en el músculo de mi boca?
No la veo, mis ojos conjeturan
cual si no fuesen mis propios esclavos,
toda la insurrección de mi piel me recuerda la soledad.
¿Y qué hago con estos insurgentes apéndices dolorosos
que se cuelan en las váginas menos sospechadas?
No hay en mis labios separaciones bonitas,
no hay en mis brazos mañanas tormentosos
al lado de la hoguera celestial del abrazo
no hay calefacción en este dantesco departamento,
lo que no está es lo que tengo
y eso es el beso que le falta a mi boca.
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