los Griegos sentían el placer en las puntas
de los vellos del rey Narciso.
Hoy por hoy, el desenfreno elabora
una elite descabellada que utiliza espacios
predeterminados para menearse
en un ambiente con hedor a sodomía.
Esa noche, tú, me llamaste
como si no fueses mía
y me dijiste que
(la mitad de)
una de tus hermanas regresaba
desde Marsella
y que debíamos beber un licor amargo
en el origen nuevo de su presencia
en el infierno santiaguino de estas noches in interminables.
Yo, te seguiría hasta que mis alas desaparecieran,
sin embargo, cuando los platónicos bailaban desnudos a mi lado,
te ví besándolo a él
y una espina neutra
le dibujo a mi corazón una invertida sonrisa de payaso desesperado.
Por otra parte, incluso yo deseaba
que alguna golondrina ebria se topará de frente
con mis saetas precisas: con mi mirada engalanada,
sólo eso me bastaba para terminar el perfume
con sus setecientos tonos
en las paredes astutas de mi cama aventurera.
Pero la pequeña Gala pelirroja se colgó de los alambres de mi pecho.
Ella no sabía que, antes, yo recorrí la sangre
de su casta por los interiores femíneos,
mientras en tu beso a otro
veía
la destrucción colosal
de tu imagen
y la mía
en las praderas,
las que se pigmentan con el sudor verde del rocío sureño,
mi lengua también bailaba en otra boca recordándote,
puede que incluso el sabor de la saliva fuera un paradigma genético.
Tu hermana Francesa poseía en las garras el símil metafórico
de nuestra última noche.
Considero la luz de qué cuando besábamos
distantes raudas bocas atrevidas,
nos seguíamos divisando
el otro
al otro
en el fondo
de cien vasos
vacios que no se llenan con nada.
Yo aproveché de dejar de mirarte
y me perdí
en los ojazos tristes y azules de tu clan
por el instante
cuando acariciaba
las cúpricas cascadas de la cabellera de aquella
petit madamoiselle
y comprendía los arrebatos de Verlaine, Delacroix y La Rochefoucauld
en las mordidas mansas que le proponía a sus bermellones labios.
Empero, cual un avechucho mísero y husmeador mi ojo
te seguía adulando como si él mismo fuera
la carne del afortunado besador de tu boca mía.
Sé que no puedo llorar mientras ahorco a un querube,
mas besarte de nuevo tras la puerta lejana
es cabalgar despierto en la pesadilla de los amores imposibles
como siempre
y para siempre…
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