Salí a volar, como un ave de colores
angustiada de su jaula entre muros transparentes
similares a los hielos.
Cargando con los cuerpos nonatos del delito,
primigenio en su morfología cual un ritual culposo,
y la vergüenza incluso tiñe bermellón esperanza,
la alegría de escarcha que cubre el rio negro.
A veces los cuchillos celebran con las venas
en un garito apartado de la conciencia de clase,
una muerte pequeña entre diversos extranjeros
alejados del metal que estructura el esqueleto.
De sublime mezcolanza se conforma esta amasijo
que está tan homogéneo como contrahecho y trastornado.
Me pudro en sus molleras tras el vomito espantoso
quisiese estrellarme contra algo que me recuerde una persona.
Ciertamente viajo por el aire de una norma
lo intangible del poder que se nomina rebeldía,
mas la alegría confundida se ha adherido a un peñasco
con sus dientes dorados del amor de la cerveza.
Tengo que vivir con el agua de Rocío
con las piernas de la novia casquivana del olvido
enredadas en mi mente como culebrillas melosas
que me matan suavemente y se beben mi dinero.
El amor se ha vuelto roma
y todo gira en espirales
se me caen de los ojos las babas de la melancolía,
para dibujar reminiscencias y puniciones a la cesantía
de decir que el trabajo es un plato de comida.
De lo alto se ve inmenso el esplín en las literas,
me sentiría como un dios pero no me he cambiado las calcetas.
Vuelo como un duelo, como una viuda en el espejo
trepidando solitaria una maraña sin cimientos,
en el aire ahora todo flota: era falso aquel vaho,
he escuchado, igualmente, mi nombre en otros labios
mejor pronunciado, con la dicción del enfermo,
los labios parecen, también, un delirio Sueco.
Tiendo a no considerar que desperté en la mañana.
Aún no es mañana y su soberbia me lisonjea
mientras me baño desnudo bajo el meado de las botellas
escuchando un ruido necio de iconos difusos
de pendejos, de maracas, de seniles contertulios
reaccionarios como luces de internet, de autos, de elites,
parafina, sushi y antiácidos
cual bestia con la tiña que se llama capital
cojeando por la nube rígida del asfalto de su calle.
Ya no quiero bajar del aire, aunque se agotarán mis alas,
se harán el polvo rutilante que cubrirá mi ataúd.
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