Eran dos conejos felpudos, con las orejas hacia atrás, uno
era negro, el otro era café y blanco. Ambos escapaban de perros y huasos que
querían asesinarlos. Entraron en mi casa, una mansión llena de ventanas. Ventanales
enormes que se abrían por cualquier parte. Frenético y algo angustiado, increpé
a mi esposa para qué cerrara los vidrios. Pero los conejos estaban tan temerosos que igualmente huían de sus
salvadores, encontrando para su fin evasivo, umbrales transparente sin cerrar. Yo
le gritaba a ella que los detuviera. Sofía lloraba dado que los conejos volvían
a la calle a merced de sus depredadores. Yo salí con un arma de fuego a
espantar a las rapiñas, mas ellas regresaban con cada vez más ira, ahora, en contra
de nosotros también. Estuve durante toda la pesadilla defendiéndome de los
horribles cazadores, matando a uno mientras aparecían dos más…
6/07/2012
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