Sabía, los peces melancólicos mueren donde nacen,
llegar a ti era estar en esos países de nuevo
do la tierra unida, el agua negra y el fuego humectante
son albos y viscosos besos antinaturales que como un rio lúbrico
llenan de guirnaldas el vértice de tus piernas
del jugo de la pasión manjar de Epicuros y reinas victorianas
desencadenadas a mi suerte libidinal cual todas las especies de sueño.
De lo oscuramente difuso (la luz que desconoce el plebeyo
insensible) acaecen los velos inimaginables de un Sade
enamorado de la fragante puerta de la vida hasta la impotencia póstuma,
de la tuya, en especial también, forrada de negro terciopelo piramidal
y livianamente frondoso en las puntas de los resortes delatores.
Sabes que te recuerdo sometida y caballuna
a la alegremente cabizbaja mirada que se pierde en los dibujos
del cubrecama sudario de la anterior espalda que regó mi lecho
con las piernas elevadas en señal de victoria sobre el edén
que se olvida que juntos somos el universo completo.
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