Los juegos del diablo, payaso vil
cognoscente de los recuerdos impávidos
de una paloma buena blanca,
que se desparrama por el gris de la nube,
se parecen a la película mala
de los hebreos del tiempo,
atiborrados de plástico en el sofá policromático
del confín del hielo
derretido en un subterfugio de una ramera colombiana
en el café del centro,
con sandalias de ecocuero, luchando
por la educación del pueblo que no es
el marginal que roba relojes de oro,
empero, obviamente, en las mañanas del ciego connotan
un asunto que trasciende las mismísimas estrellas,
no conoce de lo difícil que resulta el suelo.
Finjo que tengo la vista nublada, me sirve la borrachera
como excusa, pero claro estoy de la miseria del mundo
que se arrebata como una flor de espectáculo de gamberros.
Si el diablo es la tentación de mis dilemas no entiendo
como puede ser tan flaco y olvidarse de mi ropa,
de mi equipaje, de los pejerreyes que adornan
el pobre financiamiento de mi algarabía.
Los días pasan como si las polillas
estuvieran en el abrigo de la madre de los pollos
que son las mismísimas angustias por las que desvarío.
No puedo dejar el futuro, prefiriese duro seguir
en el polvo con cristales en fila india
adornando el vidrio de una mesa ajena
llena de la comida de los hijos integrados.
Quien soy yo, ella se hizo llamar dilema.
Pero considero tiene menos problemas
de la felicidad que es
una nueva escuela.
El paraíso de las flores tiene puertas irrenunciables,
parecidas a la religión fuente de todos los inconvenientes
que el hombre es una guerra que busca
paz en los peores lugares,
y considera que es libre cuando se arrepiente.
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