Observo desde el punto inimaginable
el idilio de las margaritas que se abren
y mi primavera huele a un sedicioso licor:
toda la imago me hace vomitar en el amor,
pero mi corazón me interroga profundo
añorando aquellas lóbregas secuelas
¿qué seré yo sino una escena inconclusa
del verso del romanticismo?
Asesino a todas mis vírgenes
pero en mi cama nada florece,
debería ser taquicardia la evocación en cada cachivache.
Hay mezclas de hemoglobina que sólo parirán
lágrimas incoherentes.
Nunca vi de cerca la genealogía de la perpetuación en sus ojos,
es más, tampoco ella tenía razón para entregarme su elixir.
Mas adoro el teatro enfermo de las imposibles descendencias:
todo está en mis camas, soy el padre
de mil universos,
mis cromosomas aventureros
multiplicarán por el factor perpetuo
a todas las estrellas desconocidas.
La noche, a ambos nos despidió la pena
omnubiladora.
Dos días, ocho noches que fueron mil.
Las 48 veces le miré las bragas.
Olvidó su cartera en el panteón de mi soledad, nuevamente.
Ahora me halo su esencia imaginando
que todavía es su cuerpo.
Quisiese volver a verle con su vestido rojo
quitárselo y lanzarlo como un pájaro sobrenatural
al viento agitado de mi imaginación perversa
y tenerla desfallecida al filo de mi alma
agasajándole el infinito negro de su cabellera de minerva.
Huelo su ropa y me la dibujo en las manos
y aturdido en esa droga perfumada de hembra,
me mato tres segundos en su honor
incierto.
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