Te diré cuanto odio
los domingos,
vergeles florecidos peripatéticos y flemáticos,
burlescos y verdugos, con familias
constituidas recientemente al inmaculado desliz.
Las niñas de
rosa con un corazón de butano,
volátil, falso, manipulando
desde pijas los falos sórdidos de sus matrices;
las plásticas esferas
de los niños descomedidos, ambiciosos
emulando al planeta
en el que viven escapando, tan vinílico
y frágil como la psique primate
colgando
de los árboles destruidos de la alameda.
Las mujeres
con el útero en el esternón
o el maxilar, soñando
lo que no poseen con la baba entre las piernas:
unas fauces desproporcionadas,
añorando algún vehículo
que les dignifique la cabeza de pollo,
un vestido de moda que esté bautizado
en el nombre de la plusvalía humana y nefasta…
Los helados dietéticos,
como odio
el último día que no es
mi último día.
los domingos,
vergeles florecidos peripatéticos y flemáticos,
burlescos y verdugos, con familias
constituidas recientemente al inmaculado desliz.
Las niñas de
rosa con un corazón de butano,
volátil, falso, manipulando
desde pijas los falos sórdidos de sus matrices;
las plásticas esferas
de los niños descomedidos, ambiciosos
emulando al planeta
en el que viven escapando, tan vinílico
y frágil como la psique primate
colgando
de los árboles destruidos de la alameda.
Las mujeres
con el útero en el esternón
o el maxilar, soñando
lo que no poseen con la baba entre las piernas:
unas fauces desproporcionadas,
añorando algún vehículo
que les dignifique la cabeza de pollo,
un vestido de moda que esté bautizado
en el nombre de la plusvalía humana y nefasta…
Los helados dietéticos,
como odio
el último día que no es
mi último día.
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